Dos
poderosas imágenes le sirven a Mary Beard para situar los dos temas
de los que quiere hablar en este librito que recoge dos conferencias
pronunciadas en 1914 y 1017. El primero lo extrae de la Odisea.
Cuando Penélope desciende de sus habitaciones al salón donde le
esperan sus pretendientes, un aedo canta las peripecias de los héroes
que vuelven de regreso al hogar. Penélope le pide que cante algo más
alegre. Entonces, su hijo, Telémaco le dice: “Madre mía, vete
adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de
la rueca… El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo
del mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa”. En consecuencia,
Penélope se retira a sus habitaciones del piso superior. Ese es el
lugar que la cultura tradicional, patriarcal, ha reservado a la
mujer, la esfera doméstica, el cuidado de los hijos y del hogar.
Cuando la mujer ha intentado dar un paso al exterior, decir algo, ha
ocurrido y ocurre que, a menudo, alguien la interrumpa diciendo: “Lo
que ella quiere decir...”, como si la voz de la mujer no estuviese
autorizada para hablar en el espacio público. Así lo ha visto
también Rebecca Solnit en su Mansplaining, la forma
condescendiente en que los hombres pretenden explicar lo que las
mujeres intentan decir. La conclusión que saca Mary Beard es que
necesitamos redefinir lo que significa “voz de autoridad” en el
espacio público.
La
segunda imagen tuvo un éxito inusitado durante la última campaña
electoral estadounidense. Los partidarios de Trump eligieron la
escultura de Benvenuto Cellini en la que Perseo alza la cabeza de la
Medusa sangrante recién cortada para sustituir sus cabezas por las
de Donald Trump y Hillary Clinton, con la clara intención de mostrar
el triunfo masculino frente al peligro que supondría que una mujer
llegase al poder. La Medusa, un monstruo femenino con serpientes en
lugar de cabellos. La historia de la cultura y del poder, Mary Beard
sostiene que es casi imposible encajar a las mujeres, como género no
como individuos, en una estructura que está codificada como
masculina y que, por tanto, hay que modificar dicha estructura.
Mary
Beard recurre a la cultura clásica, con abundantes ejemplos, pero
también a la moderna para indicar cómo la esfera pública y el
ejercicio del poder están dominados por lo masculino. Las mujeres
como Tatcher, Clinton, Merkel o Theresa May han intentado soslayar el
problema ajustando su vestimenta, los pantalones, o bajando el timbre
de su voz para hacerla más viril. En el mundo clásico las mujeres
quedaban fuera de esas esferas y cuando aparecen en ellas, en la
tragedia, Clitemnestra, Antígona o Medea, es para sembrar el caos,
la muerte y la destrucción. La mujer y el poder son como el agua y
el aceite no se pueden mezclar. Para revertir esas profundas
estructuras culturales hay que separar el poder del prestigio
público, pensar de forma colaborativa, pensarlo como atributo, no
como propiedad, es decir empoderar a las mujeres.
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