La
reina Anna Estuardo reina en Inglaterra y Escocia en el momento en
que estos dos países se unen en el reino de la Gran Bretaña. Es la
primera década del siglo XVIII. Anna es débil, enferma y con pocas
ganas de gobernar. Ha tenido mala suerte en la vida, sus 17 hijos han
muerto al nacer o poco después. La corte es un avispero de intrigas,
wighs y tories, partidarios de proseguir la guerra con Francia o de
llegar a la paz. El modo de llegar a la reina y de influir en ella es
presionar a su favorita. Su confidente, consejera y amante furtiva es
Sarah Churchill, duquesa de Marlborough. Pero pronto entra en escena
una prima suya empobrecida que va a la corte a pedirle
trabajo, Abigail Hill. La
película está concebida como un tablero sobre el que los personajes
intentan ejercer influencia y tomar posiciones ganadoras. El poder es
lo que les mueve y la moneda que manejan es el sexo y, a
trompicones, el afecto. El
guión llevaba rondando por los estudios cinematográficos desde 1998
porque
los productores no estaban convencidos de que una historia de
mujeres, con hombres en papeles muy secundarios, fuese a darles
dinero. Pero las cosas han cambiado desde entonces con la lucha
feminista en alza y el metoo
en primera línea.
Las tres protagonistas tienen papeles fuertes,
complejos, densos, las actrices que
las interpretan, Olivia
Colman , Emma Stone y Rachel Weisz, los bordan. La inteligencia de
los guionistas y del director, Yorgos Lanthimos, está en convertir
la historia de fondo y las pulsiones lésbicas de las protagonistas
en decorado para incidir en la complejidad de las relaciones humanas,
las pasiones y
los afectos. La pulsión
lésbica ya no se presenta como lo fue hasta hace no mucho (Histoire
d’Adèle, por ejemplo), el
morbo que lubrica el deseo masculino, ahora es un ardid más en el
tráfico del empoderamiento. Porque de eso va la historia, de cómo
los hombres utilizan a las mujeres para conseguir sus propósitos, de
cómo estas, en esta ocasión, son más listas que ellos, de cómo
las propias mujeres utilizan sus armas, unas
contra otras, para hacerse
con el poder. Y de postre,
cómo, después de todo, todas las pasiones se resuelven en nada, se
apagan, tras ellas quedan sentimientos más duraderos como el afecto
y tras este la pura nada, el desamparo que acompaña a cualquier ser
humano cuando
todo termina, que es como Lanthimos resuelve la película en el plano
final.
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