jueves, 24 de enero de 2019

Mary Shelley (2017)




           Mary Shelley tuvo la suerte de vivir en una encrucijada, el fin de un mundo y el comienzo de otro. La revolución científica e industrial alumbraban una época nueva no sin que muchos añorasen la seguridad del pasado y sus sombras. Algo parecido nos sucede ahora. También su vida fue un nodo en una red con muchas tiranteces, la principal el conflicto entre idealismo y realidad. Era hija de dos intelectuales potentes, William Godwin, un librero a quienes muchos consideran padre de las ideas anarquistas del librepensamiento, y Mary Wollstonecraft, quizá la pionera en reivindicar los derechos de la mujer. Las contradicciones entre ideal y realidad no las pudo verificar Mary Shelley en el caso de su madre porque murió diez días después de su nacimiento, sí en el caso de su padre, divulgador del amor libre pero censor de su relación con el poeta Percy B. Shelley. Mary Shelley era jovencísima cuando concibió su obra mayor, entre los 16 y los 17 años, años de creatividad, sobre todo para el impulso poético. En ese periodo conoció a Percival y a lord Byron, dos poetas brillantísimos que tenían encandilada y escandalizada a partes iguales a la sociedad inglesa. Sus vidas, entreveradas de poesía, estaban dando origen a un movimiento que arrastraría a Europa por caminos inexplorados durante los siglos siguientes, el romanticismo. Mary Shelley estuvo en el centro de ese huracán y supo ver sus contradicciones porque le afectaron personalmente. Byron era un poeta ególatra y tiránico, Percy B. Shelley antepuso sus pasiones a sus responsabilidades, abandonó a su mujer y a su hija para vivir su pasión con Mary. Un reguero de muertes prematuras, incluidas las suyas, sigue a estos dos hombres desbordados de pasión.

          Cuando en el verano tormentoso de 1816 este grupo de románticos ingleses, reunidos en la villa Diodati, junto al lago Leman, bajo el frío y la lluvia que les impedía salir de casa, como consecuencia de la violenta erupción explosiva del volcán Tambora, en Indonesia, deciden crear cada uno una obra con fantasmas, Mary Shelley concibe a una criatura hija de la revolución que estaba teniendo lugar, la criatura del doctor Frankenstein. La autora tuvo en cuenta la electricidad y el galvanismo, el miedo a la novedad y las vidas que ella y sus amigos estaban viviendo. Los excesos tenían consecuencias, lo que el hombre podría crear por su afán de dominar la naturaleza podía devenir en catástrofe, la pasión desbordada podía hacer infelices a los hombres. Mary Shelley creó una figura poderosa que encendería la imaginación popular. Algo parecido hizo Polidori, el secretario de Byron, que aquella noche creó en su relato al vampiro. Durante un tiempo, ambos fueron ninguneados, se creyó que los autores de aquellas obran eran Percy B. Shelley y Byron respectivamente. Polidori acabaría suicidándose. A Mary se le reconoció el mérito.

          La película traza esas confluencias, se detiene en las vidas románticas y desgraciadas de ese grupo de creadores, las sitúa en la época, quizá demasiado nocturna y con muchas sombras, exagerando los contrastes. No es una película complaciente, quizá sí instructiva. Otra cosa es cuánto hay de la Mary Shelley real en esta película. Su Frankenstein es un documento de época y responde a los temores y desasosiegos de la sociedad que entonces se alumbraba. Mary Shelley dio en el clavo y por eso su creación ha permanecido. Ahora necesitamos renovar los mitos, o crear nuevos, como por ejemplo el Nexus 6 de Blade Runer, para expresar nuestros temores y desasosiegos. El monstruo del doctor Franskestein nos parece algo antiguo y ajado, como el vampiro de Polidori o el de Bram Stoker, y los intentos de revitalizarlos nos parecen estetizantes más que adecuados a nuestro tiempo, como los sucesivos Dráculas, sin embargo la figura de Mary Shelley, su peripecia, su voluntad creativa, su vindicación como mujer si que parece acomodarse a la necesidad de este tiempo.

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