“Fer feliç algú. Només fer feliç algú. D’això va la vida reduïda a una mínima màxima expressió”.
Hubo
un tiempo que parecía que iba a durar. En realidad, cada cual, si
mira hacia atrás, ve un tiempo que creyó que sería duradero.
Entonces, Barcelona era joven y todo estaba por hacer. Salíamos a la
calle, gritábamos consignas, discutíamos en los bares y en la
universidad. Los hijos estaban por llegar. Sergi Pàmies utiliza la
gabardina a modo de magdalena para volver a ese tiempo perdido. El
PSUC era la corriente principal, nada se movía sin que alguien
relacionado con el partido diese su aprobación o lo dirigiese. La
reforma educativa, por ejemplo. La vida privada y la pública se
funden durante un tiempo, aunque para la mayoría la segunda pronto
desaparece. Para Pàmies no podía ser así. Le habrán recordado a
menudo su parentesco filial con Gregorio López Raimundo y Teresa
Pàmies, dirigentes comunistas del PSUC en la clandestinidad y en el
posfranquismo. L’art de portar gavardina es el relato
central del conjunto de relatos que forman el breve volumen. Recuerda
cuando era adolescente y sus padres eran fervorosos militantes,
recuerda la ensoñación adolescente, viendo lo bien que lucía la
gabardina en el cuerpo de Jorge Semprún, que podría haber sido hijo
secreto de este. El narrador, con ingenio y mucha ironía, recuerda
el final de su adolescencia y del ensueño comunista. Ni el
eurocomunismo pudo hacer que perviviese en el mundo real de la
democracia. Semprún, expulsado del partido, tuvo una segunda vida
como guionista de películas, escritor y ministro de cultura en uno
de los gobiernos socialistas de Felipe González. Raimundo y Pàmies
se consumieron en el anonimato. El narrador rescata a su padre de los
años prorrogados de una ideología muerta y lo lleva a casa donde
con muchas dificultades se hace a la vida de un hombre común. Si el
volumen pone a la gabardina en la portada, el relato de estos asuntos
lo titula No soc ningú per donar-te consells, que
habla de la dificultad, superior a todas las demás, de ser un buen
padre, un buen amante, un buen hombre.
En
el resto de los relatos, el narrador toma el lugar del padre. Pero
así como el relato central es casi perfecto, tanto que, como sucede
con los buenos cuentos, uno desearía que se prolongase
indefinidamente, los restantes no lo son tanto o no se esfuerza el
autor por que lo sean, pues se diría que lo que le falta a Sergi
Pàmies es empeño para desarrollar sus historias. Y le sobra
conciencia autopunitiva. En casi todas prevalece el ingenio y una
ironía que resbala sobre la realidad sin profundizar, como si se
conformase con el chiste gracioso en que las resume. El autor tiene
una gran habilidad para subvertir la frase como si todo impulso
positivo encontrase de inmediato una contradicción que lo ahoga, sin
embargo es de esa actitud contradictoria, negativa, de donde extrae
las sorpresas que le alegran la vida, aunque sea siempre una alegría
retrospectiva y autocompasiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario