“No estamos lejos del momento en que una realidad virtual será imposible de distinguir de la cosa real” (David Chalmers).
Hay
un lamento general, estos días, por la caída del turismo, nuestra
primera industria nacional. Pero qué es el turismo. Quién lo quiere
para sí. Lo que vemos, lo que hacemos fuera de casa es una
continuación de lo que hacemos en ella. Ya nadie viaja, vamos a
Venecia o a Katmandú a reencontrarnos con lo que hemos dejado atrás,
a un mundo que aparentando diferencia es igual que el nuestro. Doha y
Valladolid son la misma ciudad, las dos se reconocen en el mundo
virtual que hemos creado para vivir una vida más verdadera. “El
turismo ya no es un sector floreciente del mundo sino que el mundo
entero se ha vuelto un sector sometido al turismo” (Roberto
Calasso).
El
turismo es uno de los fenómenos, si no el principal, de la elevación
de la realidad a realidad virtual, como los políticos virtuales (AC
o la banalidad del bien, PI
o la cursimojigatería) están sustituyendo a los defectuosos
políticos de la realidad, los espectáculos deportivos a los
deportes o la vida plastificada a la vida salpicada de sangre y
barro, el mcmenú a las lentejas con piedrecitas, la nike a las
camisas con lamparones, las niñas y los niños ya no están en la
calle jugando a las tabas o al pillapilla sino transportados por
gafacascos a otros mundos. Pero incluso la realidad virtual que se
ofrecía como contrapunto a la realidad a secas comienza a desleírse
(véase la segunda temporada de Westworld) en una realidad disuelta.
El momento Chalmers ha llegado. He aquí unos cuantos ejemplos:
Ronaldo, La Manada, Snchz, La República Catalana, ¿en que momento
están estos entes, subiendo de la sucia realidad al limbo o bajando
de una virtualidad desmañada a un lugar indeterminado?
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