Todos
tenemos un fondo oscuro y cruel, dice uno de los personajes de
esta serie. A esa frase se agarran los guionistas para implicar al
espectador escéptico. Las cosas ya han sucedido cuando la periodista
que interpreta Amy Adams llega al pueblo donde transcurrió su
infancia y adolescencia para tratar de comprender y describir la
atmósfera tras la muerte de dos adolescentes. La serie tenía dos
alternativas, contar un thriller con asesino en serie o aplicarse a
describir los efectos de una rara enfermedad, el síndrome de
Munchausen por poderes. No hace ni lo uno ni lo otro. Lo que produce
es una extraña mezcla. Se aplica a mostrar los efectos del síndrome
en la familia que lo sufre, especialmente en el caso de la
protagonista, y en el pueblo, mediante una suerte de suspense que va
desvelando las trazas de un asesino de quien muy pronto sabemos que
padece dicha enfermedad, aunque no sepamos desde el principio que sea
el asesino. El resultado de tal indefinición es una trama oscura,
poco agradable de ver, con una Amy Adams atrapada en un personaje
difícil, complejísimo que hubiera requerido explicaciones médicas
y psicológicas más que dejar su construcción a la imaginación de
los guionistas. Casi todos los personajes son enfermizos, el propio
pueblo es una zona pantanosa, atrapado en las miasmas que genera la
putrefacción. ¿Pero de qué tipo de putrefacción de trata, moral,
psicológica, social? Lo que vemos no es más que un esteticismo
mórbido que no resulta creíble porque no hay una voluntad de
explicar sino de mostrar la morbilidad. Serie muy publicitada, en
ocho episodios. HBO.
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