La
potencia de la serie se diluye a medida que se van añadiendo
temporadas. Tres. El retrato de las familias de la mafia napolitana es
poderoso y creíble en la primera, donde se muestra la
lucha violenta por el poder, los lazos familiares que se mantienen
por el miedo, la autoridad se asocia al hombre más
violento y despiadado. En las siguientes los guionistas se entregan a
una jerigonza barroca para alargar la serie. Si la primera temporada
es instructiva, las siguientes no pasan de entretenidas. También son
virtudes de la serie la distancia con que el espectador mira el teatro del mal, al que no se le permite identificarse con los personajes, al contrario que en las
pelis y series americanas, porque cuando uno de ellos empieza a caer
simpático comete un acto execrable ante el que no cabe ninguna
simpatía, salvo que el espectador tenga una estructura psíquica
parecida. También es mérito mostrar el mal gusto de esta gente en el modo de vestir, en sus ensortijadas manos, en el interior de sus
casas lleno de dorados y cachivaches, en las que nadie con un mínimo
de sensibilidad querría vivir, y un laconismo en la expresión
de los personajes, a los que es difícil ver sonreír y cuando
muestran algún tipo de sentimiento el espectador se ve abocado al
desprecio y la repugnancia.
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