jueves, 5 de julio de 2018

Vulnerabilidad (Virgen y otros relatos, de April Ayers Lawson)



April Ayers Lawson

          En la vida real cuando conversamos y pensamos al mismo tiempo tratamos de fijar el espacio y el tiempo, pero también nuestra evolución en ellos. Lo que decimos en una conversación no responde necesariamente a lo que sucede en nuestra mente. Siempre hay más de lo que decimos. Cada uno de nuestros actos -hechos y dichos- es uno entre mil posibilidades. La memoria acude con los recuerdos fragmentados y experiencias. Los guionistas o los autores reducen y simplifican, hacen que sus personajes se muevan en una única dirección, a lo sumo dejan un sobrentendido sobre una realidad alternativa, sobre una posibilidad diferente a la que nos presentan en primer plano. Sin embargo, lo que sucede en nuestra mente mientras interactuamos con los demás parece inatrapable, incluso por nosotros mismos cuando pensamos en nosotros mismos. Quizá, solo cuando abrazamos a la persona que queremos dejamos que descanse la mente. El abrazo nos adormece y con la fusión del calor que emiten los cuerpos nos basta. El resto del tiempo la mente esta en danza. Cuando nos aproximamos a la mujer que nos atrae ya estamos pensando en otra o en otras mujeres, en los inconvenientes, en la despedida. Por debajo de la emoción del acercamiento el cerebro calcula los costes. No es un afán perfeccionista, el creer que nos merecemos algo mejor, sino la suma de experiencias o el miedo a dejar de ser libres, la pérdida de otras posibilidades, la frustración por no ser lo que la otra persona piensa que somos o todo junto y mucho más. A muchas personas esa ingesta de emociones contrapuestas les lleva a la soledad, incluso al suicidio o a la sobreactuación, probando una suma ingente de papeles para cada ocasión. Sé que hay seres que no se complican la vida y resuelven de una vez la cuestión sentimental: eh, nos casamos, para toda la vida, y hacen que su cerebro se ocupe de otras cosas, aficiones, trabajo, compasión por los sufrientes. Es como si el hombre libre estuviese gafado para la vida. Qué ciencia puede describir el pensamiento, las emociones y los sentimientos en directo en el océano de la mente. Las humanidades apenas están en la época de Linneo de dar un nombre a las cosas de la mente. Los científicos, en la fase de los circuitos eléctricos y la química del cerebro. Las películas y las novelas no han llegado al technicolor, siguen siendo bidimensionales en su intento de comprender el comportamiento. Los novelistas siguen siendo imprescindibles.

            En Vulnerabilidad, la autora ensaya con una mujer y tres hombres. Todos están relacionados con el arte, es decir, con la representación. La autora cede los trastos de la narración a la mujer, no escribiendo sino mostrando todo o casi todo lo que sucede en su mente mientras interactúa con los demás. Deja a un marido, que en sus ratos libres hace esculturas fallidas, en casa, para acudir a una cita con dos hombres en Nueva York. El que la ha invitado en un pintor de murciélagos que la decepciona cuando se encuentra con él por primera vez, el otro es un marchante por el que quiere ser seducida pero al mismo tiempo no serlo, porque de algún modo siente una cierta fidelidad por el pintor que la ha invitado. También su marido está presente en su pensamiento. La narradora revela el maremágnum de sus emociones, la justificación de sus decisiones siempre contradichas, la valoración cambiante de lo que tiene delante. Vulnerabilidad, que más que un relato es una novela corta, es el intento de mostrar la complejidad de lo que somos. Aunque hay más.

           Por ejemplo, la atracción y repulsión hacia un mismo hombre. Los cuadros que la narradora ofrece al marchante para que la represente son de hombres extraños que va encontrando y que se parecen al hombre que había abusado de ella cuando era pequeña. “Cuando me convencía de que el sujeto no era él, una sensación depredadora se apoderaba de mi y me empujaba en la dirección al hombre, al que sorprendía y engatusaba para que me permitiera dibujarlo y fotografiarlo”. Nueve hombres habían posado para ella, en bares y en habitaciones de hoteles. El final del relato es el largo encuentro sexual con el marchante, donde actúa la memoria de lo ocurrido tiempo atrás, la atracción y la repulsión por esos hombres y por el marchante. Para salvar la complejidad la autora divide en dos la voz de la narración en esas páginas finales, la de la pintora con la conciencia escindida del propio cuerpo y la de un narrador neutro en tercera persona, intentando unir la memoria rota y confusa, en concentradas elipsis, de las situaciones vividas con aquellos hombres con lo que está sucediendo con el marchante. Sólo entonces se entiende que lo que está exhibiendo esa conciencia escindida es un trauma. No sé si es un relato perfecto, pero lo parece, remueve la sensibilidad del lector.


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