viernes, 6 de julio de 2018

Dios




        Hay temas que tienen tan alto poder de gravitación que atraen al lector sin que este haya hecho nada por convocarlos. Todo ha empezado con este artículo que platea la dificultad de la ciencia para decir algo con sentido sobre algunos asuntos: la conciencia, el libre albedrío, Dios, que quizá haya que contemplar como irresolubles misterios. Después, en una de esas mañanas volátiles en que me abandono a la curiosidad e indolencia de la lectura, salto de un libro a otro, esperando encontrar el tesoro encerrado en una vieja caja de caudales. Ahí se produce la segunda estación. Tracy K. Smith, en la traducción de su premiado Life on Mars, el libro de poemas que escribió bajo la influencia de David Bowie. El libro lo encabeza con este poema:


         El clima en el espacio
¿Dios es ser o fuerza pura? ¿El viento
O quien lo ordena? Cuando nuestras vidas se ralentizan
Y podemos retener todo lo que amamos, descansa
En nuestras rodillas como una muñeca rota. Cuando la tormenta
Embiste y nada nos pertenece, perseguimos
Todo aquello que con certeza perderemos, llenos de vida-
Rostros radiantes de pánico.


         Pulitzer en 2012, bajo el embrujo del cosmos y las fuerzas de la naturaleza, la autora metaforiza el deseo y el dolor humanos. Aunque hay algún otro poema que me gusta más, ese poema inicial no me abandona en la lectura del resto del libro

          La tercera estación es un viejo diario de José Manuel Silvela Sangro rescatado ahora por Pre-Textos tras años de absoluto olvido: Diario de una vida breve. El escritor, que murió muy joven, en este diario recoge su vagabundeo juvenil entre los años 1949 – 1958. Una frase de Platón, mencionada por Ortega y traída aquí por Silvela Sangro, define bien estos días de verano en que uno cae en la curiosa indolencia: “Aquello que la vida tiene de juego es lo mejor que tiene”. Mariposeo por distintas entradas del libro hasta que me detengo en el año en que yo nací. Silvela es un joven con la mente dispuesta, como yo ahora, como yo cuando tenía su edad, a dejarse sorprender e iluminar. Va de las chicas a la música, de las amistades a las lecturas y a los viajes. Escucha las conferencias del Padre Sopeña sobre música contemporánea y acude a conciertos: Stravinski, Hindemith, Bartok, o los escucha por la radio. No hay ninguna referencia política. Se fija en lo que Sopeña dice de la última etapa de Bartok, ‘una vuelta al diálogo con Dios’, y entonces escucha con emoción el ‘adagio religioso’ de su tercer concierto para piano y orquesta que yo no conocía.

          También en este caso hay otras cosas que me gustan más que sus referencias religiosas, sus impresiones de paseante anónimo. El mariposeo, seguramente influido por su admiración por Picasso le llena a escribir cosas como esta:
Me alegra el corazón el paisaje de mi camino de vuelta a casa. Cajones de pimientos rojos y cestas de limones amarillos, gritos de los vendedores de mariscos y de las vendedoras de cebollas, todos ellos apiñados en calles estrechas, donde van a la compra todos los días millones de seres, humildes habitantes de viejas casas”.

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