Voy
descartando libros del montón que tengo sobre la mesa. Leer es
descartar. Algunos por obvios, otros por demasiado largos, otros por
redundantes. Un libro sobre lo que pudo haber sucedido si la
revolución de 1968 hubiese triunfado; otra biografía sobre Hitler,
De Adolf a Hitler, donde
el autor nos lleva del individuo raro y solitario al líder
carismático y demagogo; El gran nivelador, en el que me
entretengo en su introducción, porque parece el más interesante,
pero tiene forma de manual con muchos datos, con tesis no
obvias sobre la historia de la desigualdad. Me quedo algunos,
Modiano, Pauline Dreyfus, Sloterdijk, con la intención de leerlos
más adelante.
Leo las primeras páginas de La señora Osmond, de
Banville. Lo esperado, deslumbrante, con su exquisita finura de
estilo, de ir soltando exclamaciones a cada párrafo, a cada línea.
Quién escribe mejor que Banville, incluso traducido, pero,
¿aguantaré hasta el final de sus 400 páginas sin desfallecer? La
novela es como un do de pecho, continuar el Retrato de una dama,
de Henry James, donde este la dejó, ¿abandonará Isabel a su
diletante marido Gilbert Osmond, tras su decepcionante matrimonio?,
si así sucede, ¿tendrá alguna opción Caspar Goodwood? Voy
saltando páginas, leyendo al azar, Banville calca el estilo James,
el ornamento de finales del XIX, la psicología de los personajes, la
lentitud de aquella vida y aquel James, pero me asalta el sopor de lo
ya visto, no encuentro la sorpresa que uno anhela encontrar en cada uno de los libros que comienza. Banville va contra la época, la nuestra, se demora, contempla, atiende a los quiebros del espíritu ¿Estaré
equivocado? Siempre dudo de mí, aunque en público suela reafirmar
convicciones en las que no creo del todo. Abro el móvil y leo las
elogiosísimas críticas, reclaman que le den de una vez el Nóbel,
hasta que llego a ésta que alimenta mis dudas
y encuentro motivo para soltarlo y devolverlo a la estantería. Ya he
disfrutado bastante de John Banville. Quizá no hay brillantez, pero
en la primera página de Virgen y otros relatos encuentro la
tensión y la sorpresa que no he visto en La señora Osmond. Por sus venas de tinta seca corre la vida que ahora vivimos.
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