lunes, 30 de julio de 2018

La independencia no ha tenido lugar


Solo tú, alemán, volviendo del extranjero, ¿saludarás a tu madre en francés? Escúpelo, escupe ante la puerta el feo lodo del Sena, ¡habla alemán, oh, alemán! (H. Heine).
¡Qué poco merecedor de respeto es el hombre que vaga acá y acullá sin propósito fijo, sin el ancla de la idea nacional y el amor a la patria; qué pobre es la amistad que descansa solo en semejanzas personales, en el carácter e inclinaciones, y no en el sentimiento de una comunidad superior por cuya causa se puede sacrificar la propia vida, cómo pierde la mayor fuente de orgullo la mujer que no es capaz de sentir que ella también pare hijos para la patria y los cría para ella, que su hogar y todas las pequeñas cosas que ocupan la mayor parte de su tiempo pertenecen a un todo mayor y ocupan un lugar en la unión de su pueblo!”. (F. Schleiermacher).

        Quizá tenga razón Daniel Gascón y lo de Cataluña haya sido Un golpe posmoderno. Si es así, entonces, durante un tiempo, unos cinco años más o menos, jugaron con ventaja y pillaron con el pie cambiado a un Estado que actuó tarde y mal, también a la intelligentsia española que debatía sobre otros asuntos prioritarios como sacar al país de la crisis y dar mate al gobierno por el asunto de la corrupción. Los indepes plantearon el asunto como un juego de amagar y no dar, amenazas para que el Estado cediese un pacto confederal más que una ampliación de la autonomía. Hasta que el ‘pueblo’, la masa, se lo creyó, creyó que la cosa iba en serio. Creyó más cosas, que el paso a la independencia no tendría coste alguno y creyó que el Estado no reaccionaría. En el camino solo veían ‘flors i violes’. El entusiasmo se trasladó a la élite y esta se vio obligada o arrastrada a hacer cosas que no estaba muy segura de querer o poder hacer, de ahí los sucesos del 6 y 7 de septiembre de 2017, donde la independencia se proclamó en el Parlament, pero al instante se anuló.

          Todo eso y mucho más lo cuenta con ponderación y detalle Daniel Gascón en su libro, el mejor resumen que yo conozca de lo que sucedió en los fantásticos años del procès. Lo que se inició como un pacto fiscal fallido en medio de la crisis se fue transformando en un movimiento cuasi religioso, donde cada año la masa enfervorizada se congregaba para participar en una performance única en la que la multitud llegaba al éxtasis: la gran cadena humana que unía los Pirineos con Valencia; la ‘V’ gigante de la Vía a la independencia o, la que se anuncia para este año, el grito más fuerte que quepa imaginar. “El procès ha tenido algo de gigantesco selfie”, un movimiento narcisista que, como la intensidad no puede prolongarse en el tiempo, ha ido derivando en una estética kitsch que invadie calles, plazas, balcones, platós y vestimenta, con esteladas, banderolas, cruces y todo tipo de gadgets, hasta llegar al Parlament y convertirlo en un escenario donde el debate político da paso a la sensiblería. Muchos políticos lloraron. Así hablaba Josep Rull de su experiencia en la cárcel:
Me ha hecho sufrir mucho. Salí con toda la boca llena de llagas. Era una comida muy flatulenta, para entendernos, un cocido de aquellos intensos. Recuerdo que el primer día nos dieron unas hamburguesas que estaban tan quemadas que se me rompió el tenedor”.

         No se ha visto así en el resto de España, el lado risible de todo el asunto, salvo excepciones, tampoco lo han visto los corresponsales extranjeros, algunos de los cuales resucitaron a Franco para hablar de una España agreste y violenta enfrentada a la 'democracia catalana'. (Más de 40 años después, también el PSOE cree que puede obtener réditos electorales de esa resurrección). Pero de haberlo visto a tiempo los medios que buscan espectáculo y diversión para el gran público podían haber convertido Cataluña en un gran plató, sin grandes costes de producción, para pasar un buen rato. Claro que se necesitaba un buen showman que se adelantase a la inventiva de los indepes. Eso falló, no hay genios del espectáculo en este país y los que tenemos, Buenafuente, el Gran Wyoming o Jordi Evole (Albert Boadella está marcado por su excepcionalidad) son herederos del humor cobardón de El Jueves, siempre por lo fácil, un humor previsible que no corre ningún riesgo.


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