“Solo tú, alemán, volviendo del extranjero, ¿saludarás a tu madre en francés? Escúpelo, escupe ante la puerta el feo lodo del Sena, ¡habla alemán, oh, alemán! (H. Heine).
“¡Qué poco merecedor de respeto es el hombre que vaga acá y acullá sin propósito fijo, sin el ancla de la idea nacional y el amor a la patria; qué pobre es la amistad que descansa solo en semejanzas personales, en el carácter e inclinaciones, y no en el sentimiento de una comunidad superior por cuya causa se puede sacrificar la propia vida, cómo pierde la mayor fuente de orgullo la mujer que no es capaz de sentir que ella también pare hijos para la patria y los cría para ella, que su hogar y todas las pequeñas cosas que ocupan la mayor parte de su tiempo pertenecen a un todo mayor y ocupan un lugar en la unión de su pueblo!”. (F. Schleiermacher).
Quizá
tenga razón Daniel Gascón y lo de Cataluña haya sido Un golpe
posmoderno. Si es así, entonces, durante un tiempo, unos cinco años
más o menos, jugaron con ventaja y pillaron con el pie cambiado a un
Estado que actuó tarde y mal, también a la intelligentsia española
que debatía sobre otros asuntos prioritarios como sacar al país de
la crisis y dar mate al gobierno por el asunto de la corrupción. Los
indepes plantearon el asunto como un juego de amagar y no dar,
amenazas para que el Estado cediese un pacto confederal más que una
ampliación de la autonomía. Hasta que el ‘pueblo’, la masa, se
lo creyó, creyó que la cosa iba en serio. Creyó más cosas, que el
paso a la independencia no tendría coste alguno y creyó que el
Estado no reaccionaría. En el camino solo veían ‘flors i violes’.
El entusiasmo se trasladó a la élite y esta se vio obligada o
arrastrada a hacer cosas que no estaba muy segura de querer o poder
hacer, de ahí los sucesos del 6 y 7 de septiembre de 2017, donde la
independencia se proclamó en el Parlament, pero al instante se
anuló.
Todo
eso y mucho más lo cuenta con ponderación y detalle Daniel Gascón
en su libro, el mejor resumen que yo conozca de lo que sucedió en
los fantásticos años del procès. Lo que se inició como un pacto
fiscal fallido en medio de la crisis se fue transformando en un
movimiento cuasi religioso, donde cada año la masa enfervorizada se
congregaba para participar en una performance única en la que la
multitud llegaba al éxtasis: la gran cadena humana que unía los
Pirineos con Valencia; la ‘V’ gigante de la Vía a la
independencia o, la que se anuncia para este año, el grito más
fuerte que quepa imaginar. “El procès ha tenido algo de gigantesco
selfie”, un movimiento narcisista que, como la intensidad no puede
prolongarse en el tiempo, ha ido derivando en una estética kitsch
que invadie calles, plazas, balcones, platós y vestimenta, con
esteladas, banderolas, cruces y todo tipo de gadgets, hasta llegar al
Parlament y convertirlo en un escenario donde el debate político da
paso a la sensiblería. Muchos políticos lloraron. Así hablaba
Josep Rull de su experiencia en la cárcel:
“Me ha hecho sufrir mucho. Salí con toda la boca llena de llagas. Era una comida muy flatulenta, para entendernos, un cocido de aquellos intensos. Recuerdo que el primer día nos dieron unas hamburguesas que estaban tan quemadas que se me rompió el tenedor”.
No
se ha visto así en el resto de España, el lado risible de todo el
asunto, salvo excepciones, tampoco lo han visto los corresponsales
extranjeros, algunos de los cuales resucitaron a Franco para hablar
de una España agreste y violenta enfrentada a la 'democracia
catalana'. (Más de 40 años después, también el PSOE cree que
puede obtener réditos electorales de esa resurrección). Pero de
haberlo visto a tiempo los medios que buscan espectáculo y diversión
para el gran público podían haber convertido Cataluña en un gran
plató, sin grandes costes de producción, para pasar un buen rato.
Claro que se necesitaba un buen showman que se adelantase a la
inventiva de los indepes. Eso falló, no hay genios del espectáculo
en este país y los que tenemos, Buenafuente, el Gran Wyoming o Jordi
Evole (Albert Boadella está marcado por su excepcionalidad) son
herederos del humor cobardón de El Jueves, siempre por lo fácil, un
humor previsible que no corre ningún riesgo.
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