Por
fin he acabado la novela de Marías. Es como una obligación o una
rutina, algo que acontece con cierta
periodicidad, leer la última de Javier Marías. Me ha costado más
que las anteriores, como la anterior me costó más que la que
la precedía.
Marías tuvo su momento, fue brillante, fue un islote en su tiempo:
Todas
las almas, Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí,
Negra espalda del tiempo.
Cada
una un acontecimiento.
Muchos nos aficionamos, le seguimos teniendo en alta estima, sigue
manteniendo un estilo inconfundible, pero ahora se ha tornado en
amaneramiento, lo que tiene de reconocible lo tiene de ya visto, ya
no sorprende. Aún así sigue siendo mejor que la mayoría. Mientras
lo leía, he leído muchos otros libros, novelas, ensayos, cuentos,
unos mejores y otros peores, no perdía el hilo, sin embargo, cuando
volvía a ella, porque
la trama de Berta
Isla
es leve.
Una pareja y el tiempo que pasa, su degradación, una
historia contada, por tanto, mil veces si no más. El hombre, Tomás
o
Tom Nevinson
(sigue
la querencia británica, pues, está
James, está
Shakespeare, está
Eliot, está Oxford, aunque también el coronel Chabert balzaquiano y
Martin Guerre),
se
ausenta de tanto en tanto de
su casa madrileña donde está su mujer Berta y sus dos hijos,
para
pasar un tiempo en Londres. Ha
sido cooptado por el servicio secreto británico por
su extraordinario dominio de las lenguas,
hasta que se ausenta definitivamente. La mujer cuenta, en
primera persona,
casi toda la historia, aunque hay otra
voz que narra lo que ella no sabe, lo que no puede saber, tampoco es
gran cosa: por qué el hombre es atrapado y obligado a hacer de
espía, la leve trama que lo envuelve.
Como en la mayor parte de las
novelas de
Marías,
no cuenta mucho lo que sucede, los hechos, sino la trabazón de los
acontecimientos, el tejido sentimental que los provoca o que generan.
Pero esta vez
no basta, no nos dice más de lo que suponemos, o de lo que ya
sabemos que sucede en la mente del escritor Javier
Marías cuando
imagina a sus personajes. Sólo
en algún momento logra tensionar la narración, por
ejemplo, cuando
a Tomás se le cuenta la historia que le
implica y le
obliga a hacerse espía o cuando Berta, al comienzo de la narración,
es seducida por un torero o cuando, más tarde, dos espías
irlandeses la amenazan con
dejar
caer el fuego de un mechero sobre la cuna de su hijo de
pocos meses.
Pero no era eso, no
es eso
lo que caracterizaba el
estilo Marías, sino la hondura psicológica, el cambio que un hecho
produce
en la
conciencia, cómo
el lenguaje con sus revueltas
y espirales, sus repeticiones, las frases que van
y vienen
en
la escritura de Marías que es
la mente del personaje, aquí
la mujer abandonada que no sabe si su marido vive o está muerto, si
ha de esperarle o buscar su propia vida,
va
cambiándole, destruyéndole o aminorándole, la historia de la vida interior que los libros de ciencia no nos cuentan porque sólo los novelistas pueden hacerlo.
Todavía está todo eso, pero ya no sorprende, ya
no nos reconocemos en esas tramas sentimentales como lo hacíamos
antes.
Sigue
estando el ritmo, la música de las frases, y sigue produciendo
placer leerlo, pero con eso no basta, la mayor parte de las páginas
sólo tienen eso música, pero ya la hemos oído muchas veces, la
melodía nos
la
sabemos
de memoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario