No
hay que fiarse de las solapillas y contraportadas de los libros, lo
que se dice en ellas es trabajo del departamento de marketing de las
editoriales, incluso cuando el elogio proviene de un escritor famoso
cabe pensar que está en deuda con la editorial y por eso dice lo que
dice. Eso ocurre con la mayor parte de los libros que se publican,
pero basta leer el comienzo y alguna que otra página para salir del
engaño. Me ha sucedido con El banquete de las barricadas.
Todo elogios, incluido uno de Bernard Pivot, el otrora maestro de la
crítica francesa, ¿como es posible? Luego he visto que aparece en
el libro como uno de tantos protagonistas fugaces. El libro está
lleno de personajes, leves referencias a ellos más bien, el contexto
es Mayo del 68 y la mínima trama se urde en torno a un hotel
parisino donde en aquellos días los empleados asumen su gestión,
‘autogestión’ era la mágica palabra de entonces, desdibujando
la escalera jerárquica. La novela no es más que un desfile de
nombres, muy del gusto del lector cultureta, mientras la calle bulle
de novedades. He conseguido llegar a la página 70 de sus 200, pero
ni una más. La novela es mala a rabiar, como la mayoría de las
novedades del día, sólo se entiende el empeño del editor
-Anagrama- en traducirla y publicarla por los dividendos que espera
obtener de la conmemoración aniversaria del 68. ¡Cincuenta años
ya! La novela, además del desfile gratuito de nombres, es un ejemplo
del mal escribir, palabras gastadas, frases hechas, bromas sin
gracia, por no hablar de su arquitectura, que no la tiene.
La
principal responsabilidad del escritor es el lenguaje, quizá también
debiera serlo del hablante como hace nos días señalaba Juan Mayorga. Por eso
es justo despreciar las novelas baratas. Creo que hoy quienes más
miman el lenguaje no son los novelistas sino los escritores de
ensayo. No hablo de los poetas porque son estrellas fugaces. De hecho
es en los ensayos donde más placer he encontrado últimamente. Por
ejemplo, El orden del tiempo, de Carlo Rovelli. En El orden
del tiempo hay trama, argumento y personajes. Y no sólo, también
un cuidado exquisito en armar las frases, en buscar la palabra
precisa. La ambigüedad, si la hay, como en las viejas novelas
clásicas, está en la construcción de los personajes: el tiempo, la
entropía, la memoria, el ahora o ‘presente extendido’, el mayor
y más extraño descubrimiento de Einstein, según Rovelli,
personajes inasibles, llenos de misterio, entrelazados unos con otros
de tal modo que no se entienden aisladamente. Rovelli no sólo me
hace entender mejor el mundo, me proporciona el placer de los grandes
escritores.
Los
escritores no deben conformarse con contar historias, deben afinar
las palabras, liberándolas de la ganga adiposa que han ido
adquiriendo, pero también deben ir reajustando la gramática para
que sea más fiel en su intento de reflejar el mundo. Escribir bien
no es sólo una exigencia estética, también lo es moral. Limpiar el
lenguaje, hacerlo más preciso, nos acerca al ideal de verdad, que a
menudo es sinónimo de belleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario