Son
raros, aunque cada vez más frecuentes, los libros en los que el
autor, mientras describe el objeto de su investigación, cuenta cómo
el propio tema le ha transformado o él mismo ha contribuido a su
evolución. Este libro que comento es de ese tipo de libros. Alex
Kerr, un americano, hijo de diplomático, cuenta cómo se acercó a
Japón, cómo varias veces estuvo a punto de abandonarlo y cómo,
cada vez, algo le hizo volver, primero de modo casual, luego a través
de los estudios, más tarde como aficionado al arte y como
coleccionista y, por fin, como empresario. El Japón que nos ofrece
en el libro es una gran panorámica sobre la cultura clásica y la
actual, la historia y la economía, la sociedad y las costumbres, la
singularidad del país y las influencias foráneas, pero lleno de
detalles de cada periodo o de cada idea que quiere transmitir. No es
un libro de historia, con los periodos ordenados, ni un libro de
sociología, detallando la estratificación social, ni un libro de
teoría sobre las artes japonesas, pero todo eso aparece de modo más
interesante que como lo podría presentar un académico. Cada una de
las ideas que expone sobre Japón, y todas son sugerentes, está
fundada en su experiencia.
Por ejemplo, entendemos lo que supuso la
victoria de los samuráis a finales del XII sobre la nobleza y la
instauración del sogunado a través de su llegada al valle de Iya,
en la isla de Shikoku, donde emprende la restauración de una casa
tradicional, que había sido vivienda de los derrotados en esa
guerra, para convertirla en su casa. Nos explica cómo estaban
distribuidos los espacios, cómo tuvo que restaurar el tejado de
paja, dónde se cultivaba esa paja especial, cuál era la vida del
valle cuando él llegó y cómo ha ido decayendo en las últimas
décadas. Lo mismo sucede cuando nos cuenta su pasión por la
caligrafía kanji, el estilo chino que adoptó Japón. Nos
explica cómo la cultura China, el confucianismo, el taoísmo, el
budismo, la caligrafía, llegó a Japón, cómo los japoneses la
hicieron suya, y lo hace no sólo proporcionando datos históricos
sino describiendo el proceso para dibujar tan complicados caracteres,
al que él mismo se ha entregado, como dibujante y como
coleccionista, pero también el enorme sacrificio que para el país
supuso, obligando a los estudiantes a entregar años de su vida para
aprender 1800 caracteres de uso común, sus miles de variantes, su
pronunciación, su combinación.
Kerr
nos transmite la singularidad del país, sus logros y sus
deficiencias. A través de su relato aparecen los vestigios de una
historia esfumada, con una forma única de entender el mundo, que es
lo que caracteriza a una gran cultura, pero también los destrozos
que la modernidad ha causado en Japón. Pero cada vez que Japón
estuvo a punto de perder el alma la reencontró, el sogunago acabó
con La Edad de los dioses, aunque no con el sintoísmo, estableció
una sociedad reglamentada, reprimió el individualismo, pero al mismo
tiempo surgía la ceremonia del té, el teatro kabuki donde los
hombres hacían de mujeres, de una refinada sensualidad, o la
caligrafía wayo que sería eliminada en el periodo Meiji. En
cada época se conservó lo esencial de la anterior, los nobles
derrotados por los samuráis, para sobrevivir, preservaron la vida
cotidiana antigua a través del teatro y de la poesía, de la
caligrafía, de la danza. La dictadura del sogunado creo su propia
sofisticación con el mundo flotante del periodo Edo, la poesía
waka, la ceremonia del incienso, la danza de las geishas o los
rituales sintoístas.
Más
pesimista se muestra con el Japón moderno surgido tras la gran
derrota de la 2ª GM. El gobierno llenó de hormigón las costas, las
montañas, los ríos y la sociedad dejó de estar interesada en su
herencia cultural, con una manifiesta falta de gusto como se ve en la
proliferación de juegos como el pachinko, la gran pasión
nacional, en el que las familias rurales pueden dejar el 20% de su
renta disponible. Aún así confía que haya un nuevo renacimiento
que se inspire en las grandes personalidades que han florecido en
algunos campos: Issey Miyake en el diseño, Tadao Ando en la
arquitectura, Tamasaburo en el Kabuki, Kawase en el ikebana.
No
conozco otro libro que presente tan vívamente la esencia de un país.
Cómo me gustaría que alguien de fuera hiciese algo parecido con
España.
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