lunes, 11 de junio de 2018

Japón perdido, de Alex Kerr




               Son raros, aunque cada vez más frecuentes, los libros en los que el autor, mientras describe el objeto de su investigación, cuenta cómo el propio tema le ha transformado o él mismo ha contribuido a su evolución. Este libro que comento es de ese tipo de libros. Alex Kerr, un americano, hijo de diplomático, cuenta cómo se acercó a Japón, cómo varias veces estuvo a punto de abandonarlo y cómo, cada vez, algo le hizo volver, primero de modo casual, luego a través de los estudios, más tarde como aficionado al arte y como coleccionista y, por fin, como empresario. El Japón que nos ofrece en el libro es una gran panorámica sobre la cultura clásica y la actual, la historia y la economía, la sociedad y las costumbres, la singularidad del país y las influencias foráneas, pero lleno de detalles de cada periodo o de cada idea que quiere transmitir. No es un libro de historia, con los periodos ordenados, ni un libro de sociología, detallando la estratificación social, ni un libro de teoría sobre las artes japonesas, pero todo eso aparece de modo más interesante que como lo podría presentar un académico. Cada una de las ideas que expone sobre Japón, y todas son sugerentes, está fundada en su experiencia. 

                 Por ejemplo, entendemos lo que supuso la victoria de los samuráis a finales del XII sobre la nobleza y la instauración del sogunado a través de su llegada al valle de Iya, en la isla de Shikoku, donde emprende la restauración de una casa tradicional, que había sido vivienda de los derrotados en esa guerra, para convertirla en su casa. Nos explica cómo estaban distribuidos los espacios, cómo tuvo que restaurar el tejado de paja, dónde se cultivaba esa paja especial, cuál era la vida del valle cuando él llegó y cómo ha ido decayendo en las últimas décadas. Lo mismo sucede cuando nos cuenta su pasión por la caligrafía kanji, el estilo chino que adoptó Japón. Nos explica cómo la cultura China, el confucianismo, el taoísmo, el budismo, la caligrafía, llegó a Japón, cómo los japoneses la hicieron suya, y lo hace no sólo proporcionando datos históricos sino describiendo el proceso para dibujar tan complicados caracteres, al que él mismo se ha entregado, como dibujante y como coleccionista, pero también el enorme sacrificio que para el país supuso, obligando a los estudiantes a entregar años de su vida para aprender 1800 caracteres de uso común, sus miles de variantes, su pronunciación, su combinación.

                 Kerr nos transmite la singularidad del país, sus logros y sus deficiencias. A través de su relato aparecen los vestigios de una historia esfumada, con una forma única de entender el mundo, que es lo que caracteriza a una gran cultura, pero también los destrozos que la modernidad ha causado en Japón. Pero cada vez que Japón estuvo a punto de perder el alma la reencontró, el sogunago acabó con La Edad de los dioses, aunque no con el sintoísmo, estableció una sociedad reglamentada, reprimió el individualismo, pero al mismo tiempo surgía la ceremonia del té, el teatro kabuki donde los hombres hacían de mujeres, de una refinada sensualidad, o la caligrafía wayo que sería eliminada en el periodo Meiji. En cada época se conservó lo esencial de la anterior, los nobles derrotados por los samuráis, para sobrevivir, preservaron la vida cotidiana antigua a través del teatro y de la poesía, de la caligrafía, de la danza. La dictadura del sogunado creo su propia sofisticación con el mundo flotante del periodo Edo, la poesía waka, la ceremonia del incienso, la danza de las geishas o los rituales sintoístas.

                Más pesimista se muestra con el Japón moderno surgido tras la gran derrota de la 2ª GM. El gobierno llenó de hormigón las costas, las montañas, los ríos y la sociedad dejó de estar interesada en su herencia cultural, con una manifiesta falta de gusto como se ve en la proliferación de juegos como el pachinko, la gran pasión nacional, en el que las familias rurales pueden dejar el 20% de su renta disponible. Aún así confía que haya un nuevo renacimiento que se inspire en las grandes personalidades que han florecido en algunos campos: Issey Miyake en el diseño, Tadao Ando en la arquitectura, Tamasaburo en el Kabuki, Kawase en el ikebana.

                 No conozco otro libro que presente tan vívamente la esencia de un país. Cómo me gustaría que alguien de fuera hiciese algo parecido con España.




No hay comentarios: