Dos
series y sus defectos. Fariña, en la estela de Narcos, tiene
parecidos defectos. La virtud es que es entretenida y el hombre
cansado, al llegar a casa, tras una dura jornada, lo que quiere es
pasar un buen rato, proyectando en el mundo de la ficción, una
ficción que tiene el aliciente de construirse sobre una referencia
más o menos real, sus sueños de justicia, sus deseos inconfesados y
sus pesadillas de inseguridad. Que los malos triunfen como a uno le
gustaría triunfar, con grandes mansiones, hermosos coches, gente a
su disposición y sexo, sexo disponible en cualquier momento, pero
que al final, los mismos malos sean castigados por la propia
seguridad. Es el segundo mundo creado por nuestra fantasía, que
permite una vida llevadera frente a las humillaciones, reveses e
impotencia de la vida real. El defecto principal de esta y otras
parecidas series es el protagonismo que se da a los malos, convertidos en
espejo en el que el deseo se proyecta, y atribuirles hechos heroicos
y hasta morales, pero, como al final, sabemos que es ficción y que
los malos a los que la serie se refiere acaban en la cárcel, no sin,
eso sí, habérselo pasado muy bien, podemos irnos a dormir
satisfechos.
La
segunda, Wild Wild Country, seis episodios, es un documental
de esos que tan bien sabe guisar Netflix, quizá lo que mejor sabe
hacer. Reconstruye un suceso que tuvo un gran impacto en sus días,
allá por los inicios de los 80, la construcción de una especie de
paraíso hippy en un lugar de Oregón, a cuenta de las enseñanzas de
un gurú indio, Bhagwan, también llamado Osho, que llega a EE UU con
la intención de crear una comunidad basada en la meditación y el
amor libre, simplificando. El documental está construido con
material de la época, con las imágenes gastadas, imperfectas,
granulosas de entones y con entrevistas a supervivientes que
participaron en la construcción de una ciudad, Rajnishpuram, desde
cero, en medio del desierto, y a los que se opusieron a ella por
motivos políticos, de costumbres o religiosos. El documental es
potente, con personajes que parecen sacados más de la mente de un
buen guionista que de la realidad. El defecto es la desaparición del
narrador, no hay un punto de vista prevalente, el relato entrecruza
la mirada de los convencidos de Bhagwan con el de sus oponentes,
aunque en general aquellos son jóvenes y hermosos y estos gordos y
fofos, incluso las autoridades que investigan las irregularidades de
la comuna, por lo que el punto de vista no es del todo objetivo. La
equidistancia es enemiga de la verdad. Para el espectador es
gratificante que se le ponga en disposición de juzgar, que sea él
quien decida quién tenía razón, pero como las imágenes son
selectivas y el elemento emocional depende de la simpatía con que se
nos presente a los actores es fácil caer hacia un lado y
menospreciar al otro, no en orden al razonamiento y a las pruebas
sino por el propio discurso que genera el montaje del documental.
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