“Siempre que penetro más íntimamente en lo que llamo mí mismo tropiezo con una u otra percepción particular, sea de calor o de frío, de luz o de sombra, de amor o de odio, de dolor o placer”. (David Hume).
¿Cómo
iban a dar crédito aquellos hombres cuya mirada se ensanchaba no
mucho más allá de unas cuantas hectáreas de su labrantío, o se
elevaba desde el campanario de su iglesia a las nubes pasajeras,
donde no mucho más lejos moraba el ojo del dios que medía sus
movimientos, y que no profundizaba por debajo del hoyo que les
acogería tras el postrer sueño, cómo iban a dar crédito a alguien
que les dijese que la Tierra era una pelota en movimiento, que bajo
sus pies, como había sostenido Anaximandro, continuaba el cielo,
cómo cualquiera de ellos iba a concluir como Copérnico, al observar
la caída del sol hacia poniente, que era la Tierra la que estaba
girando hacia la noche? ¿Cómo iban a creer que la Tierra no se
caía, que la Tierra flotaba en el espacio sin apoyarse en nada? Han
tenido que ser unos cuantos observadores sin prejuicios, excéntricos,
descreídos, lejos de cualquier academia, condenados incluso, quienes
nos han mostrado evidencias que contradecían un saber basado en
intuiciones erróneas. ¿O no nos cuesta, todavía hoy, comprender,
como sostenía David Hume, que el yo es una ilusión, una creación
de la imaginación, o que el tiempo no existe, sino que es sólo
cuestión de perspectiva, que es la regularidad de la Tierra
alrededor del Sol, del paso de la noche al día, del discurrir de las
estaciones, la que nos hace tomar al tiempo como unidad de medida,
como constituyente de nuestra identidad que se desplaza desde el
nacimiento a la muerte? ¿Porque cómo podríamos reconocernos y
entender el mundo, cómo podríamos concebir un mundo sin principio y
un horizonte de sucesos sin causas y ordenados a un fin, de dónde
obtendríamos el sentido de las cosas sin tiempo? El curso del tiempo
pone orden, da fe de nuestra existencia, de que hemos vivido, de que
lo seguiremos haciendo, da consistencia a la afirmación de que
estamos vivos. ¿Pero existe el tiempo? ¿Cómo podríamos eludir que
es el tiempo quien nos teje? Es cuestión de perspectiva, de nuestra
visión desenfocada del mundo.
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