Etapa
entretenida, con algunos tramos duros y trialeros. Hasta Casar de
Cáceres, el pueblo del famoso queso, todo es llano, la cosa se
complica cuando nos acercamos al Embalse de Alcántara cuando, para
evitar la carretera y las interminables obras del AVE, se toma un
sendero de gravilla lleno de toboganes, con zonas difíciles para la
bici. En este viaje asumo riesgos con la bici que no me creía capaz
de hacer. En uno de los descansos, con vistas al embalse, nos topamos
con cuatro sevillanos que también van en bici y con los que iremos
coincidiendo a lo largo del camino hasta Santiago. Tomamos la variante que va a
Cañaveral y al llegar al final del embalse optamos por un tramo de
carretera porque seguir el sendero, tras el puente romano, es
imposible con la bici. Las vistas sobre el embalse son espléndidas,
también sobre el impresionante viaducto en forma de arco. Antes de
llegar a Cañaveral tenemos que coger un camino pedregoso que acaba
en una bajada abrupta y rocosa, vertiginosa, trialera, muy técnica,
antes de ir ascendiendo al pueblo. Repostamos. Al salir de Cañaveral
opto por la larga subida por carretera, por el aviso de los vecinos de que el camino
era mucho más duro. Al llegar a la cima de la cuesta de los
Castillejos, me equivoco de carretera y me pierdo por un gran
desvío, cuando me doy cuenta tengo que reprogramar el GPS y coger
caminos solitarios por la deshesa que me lleven a Galisteo. Hace
mucho calor, atravieso con cautela una vacada pastando con sus crías,
un trabajador de la dehesa me advierte que estoy lejos de Galisteo y
me da indicaciones que coinciden con las del GPS, en Holguera una
familia que platica en la calle rellena mi botellín de agua fresca y
me indica un atajo para llegar a Galisteo.
Llego agotado a la Pensión
del Parador. A la puerta hay un joven peregrino con la rodilla maltrecha,
no saldrá de la pensión en todo el tiempo, estirado en un sofá,
con una bolsa de hielo en la rodilla, viendo los partidos del
mundial. Guardo la bici en un corral, me ducho y espero a que lleguen
mis compañeros que, más valientes que yo, han seguido el trazado
del camino. Ani ha tenido un percance peor que el mío. En una rodada
traicionera se le ha doblado una llanta. Para otro hubiese sido el
final de la etapa, si no del viaje, a treinta kms del destino, además
en domingo, pero Ani es muy habilidoso y capaz de solucionar el mayor
problema. Con la llanta recompuesta ha sido capaz de llegar a
Santiago. En el restaurante del pueblo coincidimos con los andaluces,
sudorosos pero intactos, salvo uno de ellos que, por problemas de
salud decide abandonar y volver a Sevilla. Ya ha llamado a su hija
para que venga a recogerlo. Galisteo es un pueblo desconocido que
merece la pena visitar. Situado en lo alto de un cerro, domina una
rica planicie de regadío que se abastece del embalse de Gabriel y
Galán. La muralla almohade que rodea la villa, hecha de canto
rodado, junto a la Picota, la torre del homenaje, sus tres puertas y
casas blancas adosadas, es su sello distintivo. Las vistas al
atardecer, desde lo alto de la muralla, contemplando la llanura, el
Jerte y el Alagón y los pueblos en la lejanía, es uno de los
bonitos recuerdos del viaje. 76,45 km.
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