A
la salida de Mérida, el sol transparentaba el acueducto de los
Milagros, no tan bien conservado como el de Segovia, ominosamente
partido por las vías del tren, pero aún así impresionante con sus
todavía 73 pilares de granito y ladrillo. Unos pocos kilómetros más
allá, casi doce, llegamos al embalse romano, que lo alimentaba, el
de Proserpina, que se conserva tal cual, con 400 metros de longitud y
21 de altura máxima. La etapa discurre por caminos y pistas fáciles,
con algunos tramos arenosos donde se atasca la bici, entre pueblos
blancos como Carrascalejo o Aljucén, por el Parque Natural de
Cornalvo, dehesas de encinas y alcornoques. Paramos frente a la
almazara, el verraco y la fuente en el día caluroso de Casas de Don
Antonio. Allí descansaban otros dos ciclistas sudorosos con pinta de
extranjeros que no nos dirigieron la palabra. Repostamos sin embargo
en Aldea del Cano ya no muy lejos de Cáceres. Allí charlamos con
otro ciclista cacereño que tras un grave accidente le dieron por
desahuciado pero que con fuerza de voluntad supo recuperarse y volver
a coger la bici, eso sí con motor eléctrico.
En
Cáceres nos alojamos en el enorme albergue municipal, algo caro para
los usos del camino, pero cómodo, que ya conocía por una estancia
anterior con N. Cáceres calurosa y con muchos turistas estaba
expectante ante el debut de España en el mundial. Las terrazas de la
plaza y del casco medieval, tan increíblemene bien conservado,
bullían. A media tarde recibí la visita de un viejo amigo del
Camino del Norte, Antonio, con quien pasamos unas horas. Al
atardecer, a la hora del partido, casi a solas, subí a la parte alta
de la ciudad y me perdí por sus callejas, palacios e iglesias
buscando el silencio casi imposible por el griterío que subía de la
emoción de bares y terrazas. 75,27 km.
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