La
sorpresa del día será Zafra, pero antes hay que atravesar dehesas y
algunos tramos duros hasta El Real de la Jara, con su castillo
medieval y poco después el Castillo de las Torres, donde entramos en
tierras extremeñas y del ibérico, encinas y alcornoques, algún
gran rebaño ovino y cerdos rebozándose en lodazales. Pequeña
parada en Fuente de Cantos para repostar, pero sin tiempo para
visitar la casa museo de Zurbarán, tampoco el museo del jamón de
Monesterio. Nos libramos de los barros en la comarca que lleva su
nombre. Hemos tenido suerte porque durante el viaje no nos caerá una
gota de agua, aunque aún quedaban charcos y alguna zona anegada de
la temporada de lluvias. En Calzadilla de los Barros, una vecina nos
indicó un restaurante para comer, pero sólo tenía bocadillos así
que optamos, en mala hora, por un comedero de carretera, cuyo
desproporcionado tamaño indicaba la decadencia del negocio, debido a que el tráfico ha sido desviado a la reciente autovía. La comida insípida y grasienta, el
sol, bajo los toldos de la terraza, inclemente.
El viaje final hasta
Zafra por pistas resecas, pedregrosas y encharcadas alternativamente,
entre cereales y viñedos, algo pesado tras la comida, y difícil la llegada, pues el camino que transcurría junto a la vía del tren ha sido cortado. Nada
presagiaba la aproximación a Zafra, tras pasar por el desolado Puebla
de Sancho Pérez, las bellezas ocultas de esta ciudad de la provincia
de Badajoz. EL albergue del convento de San Francisco está cerrado
así que dimos unas cuantas vueltas antes de llegar al bonito
albergue Van Gogh, subiendo las pesadas bicis hasta la primera
planta donde atendía su simpático hospitalero, Antonio, que
celebraba su cumple y nos invitó, al atardecer, a unas cervezas junto a un par de simpáticos finlandeses, amigos del
camino y de Zafra, donde se contaron algunas glorias del Camino,
a pesar de que según las normas el albergue ya debía estar cerrando. Zafra, como digo,
constituyó una sorpresa. Ciudad monumental, gracias a los duques de
Feria, beneficiarios de Enrique III, que construyeron el alcázar que
hoy es el parador. El centro, lleno de calles y callejas blancas, con
adornos florales, bien merece un paseo, en especial sus plazas Grande
y Chica, los patios del parador, el ayuntamiento y algunos
palacios. 83,05 km.
miércoles, 13 de junio de 2018
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