“Esta manifestación marca un antes y un después en el feminismo; estamos ante un cambio de paradigma. He visto mucha ilusión en las caras; muchas mujeres jóvenes, indignadas, con mucha fuerza”. Lola Carrión (veterana dirigente de la Coordinadora Feminista en los años de la transición).
“Uno de los más patéticos -y peligrosos- signos de nuestros tiempos es el creciente número de individuos y grupos que creen que nadie puede estar en desacuerdo con ellos por una razón honesta”. Thomas Sowell. ¿Paradigma de género?
La
idea de la mujer como ente autónomo, como otro humano cualquiera,
está incluida en las consideraciones de los filósofos ilustrados y
en la proclamación de los derechos del hombre y del ciudadano, donde
no se hacen distingos. Podría decirse que la idea de que ha de
liberarse de un yugo de siglos, familiar, social, es más reciente,
de la época de las sufragistas. Sólo ahora se está convirtiendo en
un fenómeno de masas, arrastradas por una ideología con nombre
propio, el feminismo. Y es cuando cualquier idea baja a las masas
cuando empieza a ser peligrosa.
Virginia
Woolf abordó el tema en Una habitación propia, publicada en
1928, ensayo novelado a partir de charlas a jóvenes mujeres sobre el asunto. Con humor,
ironía y agudeza, la autora aborda cuestiones que entonces no eran
evidentes pero que ahora están a la orden del día: ¿Qué sabemos
de las mujeres antes del siglo XVIII? ¿Dónde están las mujeres
escritoras, pintoras, compositoras, científicas de la historia? Si
Shakespeare hubiera tenido una hermana tan dotada como él, ¿habría
podido recurrir a un teatro, el londinense, donde sólo los hombres podían ser actores? Las mujeres, hasta bien entrado el XIX, no tenían bienes
materiales, ya que sólo el marido podía disponer de ellos
legalmente, ¿cómo era posible? ¿A qué oficios podía aspirar una mujer? ¿Y el
sufragio? Un empresario, un político, un juez, un militar, un obispo
hasta hace muy poco solo podía ser hombre. ¿Qué necesita una mujer
para ser escritora, se preguntaba Virginia Woolf. Dinero y una
habitación propia, respondía a las jóvenes oyentes de sus
conferencias, lo mismo que dice ahora, en la voz de Clara Sanchis
desde el escenario. Eso vale, sin duda, para cualquier mujer que quiere ser
libre, también para cualquier hombre. La libertad de pensar en las
cosas tal como son, es la mayor liberación de todas, escribió, un
proyecto que vale para cualquier ser humano. La autora aborda el
estado de la cuestión en 1928 y en Gran Bretaña. Si hubiese sido
española, el lamento podría haber sido peor, también la burla.
Clara
Sanchis, como actriz, y María Ruiz, en la versión y dirección,
llevan el texto a la escena con claridad e inteligencia. La versión
es dinámica, el texto suena como la obra literaria que es, reflexiva
y brillante, dirigida a un público adulto. El monólogo se sigue sin
desfallecer.
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