Por qué los
agrupó el autor en un libro, publicado en 1877, cuando el autor
contaba 54 años y se consideraba, un viejo, al final de su
trayectoria. Flaubert era un ateo, como Zola, como la mayoría de los
intelectuales de su época, sin embargo, el tema que unifica estos
tres cuentos es la religión. No la religión exactamente sino la
creencia, su necesidad para mucha gente, en distintas épocas.
Felicité es contemporánea de Flaubert, probablemente se inspiró en
alguna sirvienta que conocía. Su vida es una suma de desgracias,
todas las personas que ama mueren o desaparecen, incluso el famoso
loro del final de su vida muere, aunque lo conserva disecado.
Felicité necesita la fe para sobrevivir, se entrega a ella hasta tal
punto que la tragedia de su vida le hace creer que el loro es el
Espíritu Santo. Julián es un desalmado para una sensibilidad
contemporánea, con rasgos de psicópata, aunque no del todo porque
no pierde la empatía y cuando, en un error trágico, mata a sus
padres su arrepentimiento es tal que dedica el resto de su vida a la
caridad, a la entrega desinteresada al otro. En el último relato, el
tema no está tan claramente definido y los valores que portan los
personajes más diluidos, sin embargo, hay una clara linea divisoria
entre los que los portan negativos, el odio, la venganza, la gula,
los indecisos y los que ponen la esperanza en un movimiento religioso
nuevo. Frente a un mundo depravado en unos pocos surge la luz de lo
nuevo, a Joakanan le cortan la cabeza, pero detrás de él viene uno
más grande.
Las tres virtudes teologales son el motor de cada una de
las narraciones. Pero, en la narrativa moderna que nace con Flaubert,
es el lector quien decide el valor moral de la historia, quien salva
o condena a los personajes, también existe la posibilidad de leer
con ironía y distanciamiento, de quedarse con la belleza de una
escritura que no ha perdido nada de la maestría con que sorprendió
al nacer.
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