No
ayuda el formato cuadradote de la edición, el color, la austera
portada, los tipos desfilando en formación como un ejército en
marcha hacia la derrota, los escasos o nulos puntos
y aparte, la falta de diálogos. Nada alegra la mirada del lector, y
cuando, por
fin,
entra en este jardín de plantas secas, y avanza por los surcos
resquebrajados tiene que hacer enormes esfuerzos para permanecer
en ellos y
vencer la tentación de saltar a otros jardines en busca de la
humedad
y
los
aromas de
la
vida. Sé que el libro fue publicado en origen en 1982, y sus cuentos
escritos antes, sé, al comenzarlo, que el lienzo sobre el que han
corrido sus historias es el de la inhóspita dictadura de Ceaucescu,
que todas las dictaduras entregan a sus gentes terrenos baldíos para
que vivan en
ellos, que no hay alegría en ellas y que cada una es una afrenta a
la dignidad humana, pero un escritor es un artista y no debe
conformarse, su
mirada debe prolongarse en el tiempo y en el espacio.
La
mayor parte de las historias que relata Ana Blandina parecen como
tiradas de dados, donde se describen con detalle los prolegómenos
del juego, con abundantes interpolaciones que parecen no venir a
cuento, donde
se
dicen pocas
cosas de los jugadores, apenas sabemos de ellos, y se alargan en
descripciones, enumeraciones, fraseos que ponen a prueba los nervios
del lector, esperando a ver que sale del cubilete de la escritura.
Algunos finales son graciosos, un delfín que parecía de plástico
pero que un
niño muestra que es
auténtico, unos ángeles, doce,
que salen de los huevos empollados por una gallina, una isla en medio
del Danubio sostenida a hombros por soldados vivos y muertos, unos
gorriones que elevan en el aire una Iglesia antigua, pero apenas
producen efecto en la somnolencia del lector (yo). El efecto buscado
es como un alfilerazo en las nalgas del dormido, pues
la dictadura a la que se pretendía irritar no podía hacer nada, no
se podía esperar de ella una reacción porque estaba muerta antes de
que se proclamase su defunción en aquel sainete de los últimos días
de diciembre de 1989, cuando el dictatoru
cayó en
Târgoviște. Quiero decir que estas historias están demasiado
apegadas al tiempo histórico y a su geografía como para
convertirse
en historias kafkianas, es decir, universales.
Quizá
la única con
valor de verdad es
la que da título al volumen, Proyectos
del pasado,
en la que se imagina una retroutopía, un comenzar de nuevo exitoso:
a nueve individuos se les condena durante once años a desaparecer de
la vida social abandonándolos en medio de un paraje inhóspito,
allí, en esa
isla
habrán
de empezar a vivir de nuevo, como si en el mundo no hubiese más
habitantes que ellos. Es tan esquemática como las demás historias,
los personajes solo tienen nombre y algún detalle, apenas ocurre
nada, pero al menos hay las trazas como para que el lector la levante
con su imaginación.
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