Una
muestra de la falta de vigor de nuestra época es la confusión entre
palabras y hechos. En la representación de los políticos se igualan
ambos, las palabras son hechos difereridos, un contrato que el
político establece con sus votantes: Haré esto. A muchos de los
votantes les basta con la promesa y muy raramente piden cuentas.
Para esos votantes la realidad es un mundo onírico donde la
confusión va más allá de las palabras/hechos. Los deseos, las
creencias, el dibujo de un mundo soñado tangencial al mundo real son
la única realidad que les merece la pena, basta imaginarlo para que
aparezca ante sus ojos con un colorido seductor al que entregarían
la vida, la vida onírica, claro está. Aunque la realidad suele
vengarse, no tanto de los votantes ilusos que no están dispuestos a
apearse de su satisfactorio mundo flotante como de los políticos,
porque otros votantes y otros políticos desconsiderados son capaces
de mostrarles la fea realidad, de charles en cara lo sucio agazapado,
lo que no se deja conducir por el camino de la promesa, lo que acaba
rompiendo la hermosa simetría entre palabras y hechos.
Barcelona,
esa ciudad onírica, es el ejemplo preclaro como en tantas otras
cosas.
Cuánto tiempo lleva la alcaldesa en el cargo, cómo se dio a
conocer, cuál
fue la plataforma que la aupó a la alcaldía. Vivienda y pobreza, he
ahí dos promesas fallidas, donde la venganza de la realidad ha sido
más cruel. Qué puede haber más devastador para un político que el
reconocimiento de su impotencia: “Los
profesionales [del
ayuntamiento]
alertan de que los pisos y pensiones están llenos y piden
no asistir a los desahucios porque no pueden dar una "respuesta
adecuada". Y
Barcelona
contabiliza más de 3.500 sin techo en una noche).
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