lunes, 16 de abril de 2018

El discurso del lobo




Que la razón que triunfa es del potente, en esta historia quedará patente.
Un corderillo sediento bebía en un arroyuelo. Llegó en esto un lobo en ayunas, buscando peleas y atraído por el hambre.
-¿Cómo te atreves a enturbiarme el agua? -dijo malhumorado al corderillo-. Castigaré tu temeridad.
No se irrite vuestra majestad - contestó el cordero -, considere que estoy bebiendo en esta corriente veinte pasos más abajo, y mal puedo enturbiarle el agua.
Me la enturbias - gritó el feroz animal - y me consta que el año pasado hablaste mal de mí.
--¿Cómo había de hablar mal, si no había nacido? No estoy destetado todavía.
Si no eras tú, sería tu hermano.
No tengo hermanos, señor.
Pues sería alguno de los tuyos, porque me tenéis mala voluntad todos vosotros, vuestros pastores y vuestros perros. Lo sé de buena tinta y tengo que vengarme.
Dicho esto, el lobo coge al cordero, se lo lleva al fondo de sus bosques y se lo come, sin más auto ni proceso.

                  Traigo a cuento esta fábula de La Fontaine tras haber leído este furibundo artículo de Enric Vila contra Javier Cercas. La fábula ya había sido utilizada por André Gluksmann en El discurso del odio y después por Adela Cortina en Aporofobia, el rechazo del pobre, con el mismo propósito, hacer ver el odio que se explicita en determinados discursos que habrían de considerarse como delitos. En realidad a quien se dirige el autor del artículo no es a un Javier Cercas de carne y hueso con el que iniciar un debate sobre lo que sucede en Cataluña, sino un objeto llamado Javier Cercas sobre el que dirigir el odio. Javier Cercas no es reconocido como interlocutor, como un igual con el que debatir y confrontar, sino un sujeto convertido en objeto desde el momento que renunció, según Enric Vila, a agradecer la educación recibida: Incapaç d'agrair res a la terra que l'havia educat. Javier Cercas, como diría Adela Cortina, no es un individuo que haya causado un daño personal a Enric Vila sino que se le toma como representante de un colectivo (los otros frente a los nuestros, los corderos frente a los lobos) que merece todo nuestro odio, un colectivo que produce sarpullidos de repulsión y desprecio en el escritor del El nacional y sus lectores. Las palabras que surgen del discurso del lobo no están concebidas para reconocer y entenderse sino que son puñales y cuchillos, dentelladas que quieren destruir una reputación. No hay puentes posibles, reconocimiento recíproco, Javier Cercas y los demás escritores que no reconocen la realidad nacional de Cataluña no son individuos respetables sino objetos que solo merecen desprecio y rechazo. Y así la lengua escrita deja de cumplir con la función dialógica a que estamos acostumbrados en las sociedades democráticas para convertirse en el discurso del lobo que señala, escupe, actúa y quién sabe hasta dónde podrá llegar. El discurso del odio quiebra objetivamente la intersubjetividad humana que, según Hanna Arendt, nunca debería ser dañada.



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