miércoles, 21 de marzo de 2018

La sonrisa de Maquiavelo, de Mauricio Viroli



                 Maurizio Viroli, en su biografía de Maquivelo, busca la clave de la personalidad del florentino en la enigmática sonrisa que luce en la pintura que nos ha quedado de él. La sonrisa sería una manera de defenderse de la suerte adversa que creyó que lo perseguía, a pesar de haber sido secretario de la signoria y canciller de la República de Florencia entre los años 1494 y 1512, lapso de tiempo entre la caída y la vuelta de los Médicis a la ciudad. Maquiavelo, siempre creyó merecer un cargo público donde poder demostrar sus dotes políticas. En ese tiempo, fue enviado en varias ocasiones a ejercer la diplomacia, en nombre de Florencia, ante otras ciudades italianas, ante el rey de Francia, ante el emperador Maximiliano y ante el Papa Alejandro VI y Cesar Borgia, pero lo que él deseaba, tras ser depuesto, era volver a la cancillería en el Palazzo Vecchio. Aunque cuando tuvo ocasión de ejercer de político, formando una milicia, defendiendo a Italia en la Liga de Cognac o aconsejando al papa Clemente VII contra el ejército imperial, las cosas no le salieron muy bien. Donde sí demostró su virtud fue en el análisis político de la turbulenta época que le tocó vivir. Escribió poesía y obras de teatro como La mandrágora, pero fue en los libros de política como Del arte de la guerra o Historia de Florencia, pero sobre todo en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio y en El príncipe, no muy apreciados por sus contemporáneos, donde la posteridad lo tiene en alta estima. Sostiene Maurizio Viroli que la sonrisa era una manera de no dejarse vencer por la melancolía, la pena y el desdén y para no dar a los hombres la satisfacción de verlo llorar. Con la intención de convertirlo en un héroe de la civilidad, señala que hay algo más importante en esa sonrisa, “el amor por la libertad y la igualdad civil... porque sólo entre libres e iguales, no con amos y siervos, se puede decir la verdad”. Maquiavelo sería, pues, el héroe de la república frente a la tiranía, pues habría escrito El príncipe no para enseñar a este las artes de la política sino a nosotros a defendernos de ellas.

                 Despojado de la secretaría de la segunda cancillería de Florencia, un Maquiavelo melancólico, obsesionado por esta máxima: “es mejor obrar y arrepentirse que no obrar y arrepentirse”, instruye en los jardines de Cosimo Rucellai, el Orti Oricellari, a sus jóvenes amigos sobre cómo volver al régimen republicano, analizando los sucesos políticos y las enseñanzas de los antiguos, en especial las Décadas de Tito Livio. Algunos conspirarán contra los Médicis y serás ahorcados, él mismo pasará unos meses en prisión. Viroli cree que los Discursos anticipan el republicanismo moderno. Pero cuando la república vuelve de nuevo a Florencia, nadie piensa en devolver la cancillería al autor del Píncipe: “el pueblo, por culpa de El príncipe, lo odiaba; a los ricos les parecía que ese príncipe suyo había sido un documento para enseñar al duque a quitarles todo, a los pobres toda la libertad; a los llorones [el viejo nombre de los secuaces de Savonarola, que profesaban un rígido moralismo] les parecía que era un herético; a los buenos, deshonesto; a los malvados, más malvado o más osado que ellos: de manera que todos lo odiaban”.

                 Algunos de los reproches que dirige a los príncipes de entonces podrían servir para nuestros políticos de hoy. Así, a un Clemente VII indeciso ante el avance de las tropas imperiales le echa en cara que busque refugio en el tiempo, “sin darse cuenta de que de tal manera da tiempo al enemigo”. “Es un error esperar que el tiempo traiga alivio para nuestros males, porque el tiempo trae tanto el mal como el bien”.

               “Los verdaderos sabios son aquellos que entre dos posibilidades escogen la que, en caso de ir las cosas mal, acarrean el menor daño”.

                Sobre la libertad: Los ciudadanos no aprecian “la utilidad común que se obtiene del vivir libres, poder gozar libremente de sus cosas sin sospecha alguna, no temer por el honor de mujeres e hijos y no tener miedo por su propia persona”. La libertad es como la salud: mientras la tenemos no la apreciamos, y cuando la perdemos la añoramos amargamente.

                 Los hombres difícilmente pueden cambiar su naturaleza por lo que son esclavos de la fortuna que gira a su placer la rueda.

                 “Es necesario, para un príncipe que quiera conservar el estado, aprender a poder no ser bueno, y a utilizar o no utilizar su habilidad en no ser bueno según la necesidad”.

                Contra la equidistancia: “Mantenerse neutral entre dos que se enfrentan significa hacerse odiar y despreciar. El odio provendrá de aquel, entre ambos contendientes, que considera que el príncipe tiene la obligación de estar de su bando, ya sea en nombre de una antigua amistad, ya para corresponder a favores recibidos. El desprecio provendrá del otro contendiente, que lo considerará tímido e indeciso, y, por tanto, amigo inútil y enemigo poco temible".

                En el poema El asno ofrece su visión desconsolada de la vida humana. El hombre es el más infeliz de los animales: “Y ocurre, y ocurrió y siempre ocurrirá, que al mal le sigue el bien, y al bien el mal”. Aunque siempre hay que poner buena cara, “el rostro seco de lágrimas y una sonrisa, reírse de la comedia de la vida".

                 Al comienzo de su comedia, La mandrágora, escribe: “Si no os reís estoy dispuesto a pagaros el vino”.

No hay comentarios: