Despojado
de la secretaría de la segunda cancillería de Florencia, un
Maquiavelo melancólico, obsesionado por esta máxima: “es mejor
obrar y arrepentirse que no obrar y arrepentirse”, instruye en los
jardines de Cosimo Rucellai, el Orti Oricellari, a sus jóvenes amigos
sobre cómo volver al régimen republicano, analizando los sucesos
políticos y las enseñanzas de los antiguos, en especial las Décadas
de Tito Livio. Algunos conspirarán contra los Médicis y serás
ahorcados, él mismo pasará unos meses en prisión. Viroli cree que los Discursos anticipan el
republicanismo moderno. Pero cuando la república vuelve de nuevo a
Florencia, nadie piensa en devolver la cancillería al autor del
Píncipe: “el pueblo, por culpa de El príncipe, lo
odiaba; a los ricos les parecía que ese príncipe suyo había
sido un documento para enseñar al duque a quitarles todo, a los
pobres toda la libertad; a los llorones [el viejo nombre de los
secuaces de Savonarola, que profesaban un rígido moralismo] les
parecía que era un herético; a los buenos, deshonesto; a los
malvados, más malvado o más osado que ellos: de manera que todos lo
odiaban”.
Algunos
de los reproches que dirige a los príncipes de entonces podrían
servir para nuestros políticos de hoy. Así, a un Clemente VII
indeciso ante el avance de las tropas imperiales le echa en cara que
busque refugio en el tiempo, “sin darse cuenta de que de tal manera
da tiempo al enemigo”. “Es un error esperar que el tiempo traiga
alivio para nuestros males, porque el tiempo trae tanto el mal como
el bien”.
“Los
verdaderos sabios son aquellos que entre dos posibilidades escogen la
que, en caso de ir las cosas mal, acarrean el menor daño”.
Sobre
la libertad: Los ciudadanos no aprecian “la utilidad común que se
obtiene del vivir libres, poder gozar libremente de sus cosas sin
sospecha alguna, no temer por el honor de mujeres e hijos y no tener
miedo por su propia persona”. La libertad es como la salud:
mientras la tenemos no la apreciamos, y cuando la perdemos la
añoramos amargamente.
Los hombres difícilmente pueden cambiar su naturaleza por lo que son esclavos de
la fortuna que gira a su placer la rueda.
“Es
necesario, para un príncipe que quiera conservar el estado, aprender
a poder no ser bueno, y a utilizar o no utilizar su habilidad en no
ser bueno según la necesidad”.
Contra
la equidistancia: “Mantenerse neutral entre dos que se enfrentan
significa hacerse odiar y despreciar. El odio provendrá de aquel,
entre ambos contendientes, que considera que el príncipe tiene la
obligación de estar de su bando, ya sea en nombre de una antigua
amistad, ya para corresponder a favores recibidos. El desprecio
provendrá del otro contendiente, que lo considerará tímido e
indeciso, y, por tanto, amigo inútil y enemigo poco temible".
En
el poema El asno ofrece su visión desconsolada de la vida
humana. El hombre es el más infeliz de los animales: “Y ocurre, y
ocurrió y siempre ocurrirá, que al mal le sigue el bien, y al bien
el mal”. Aunque siempre hay que poner buena cara, “el rostro seco
de lágrimas y una sonrisa, reírse de la comedia de la vida".
Al comienzo de su comedia, La
mandrágora, escribe: “Si no os reís estoy dispuesto a pagaros el vino”.
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