lunes, 19 de marzo de 2018

Astrofísica para gente con prisas



“Observando más cuidadosamente las huellas digitales atmosféricas de la Tierra, los biomarcadores humanos también incluirán ácido sulfúrico, carbónico y nítrico, y otros componentes del smog provenientes del uso de combustibles fósiles. Si los curiosos extraterrestres resultan ser más avanzados tecnológica, social y culturalmente que nosotros, entonces seguramente interpretarán estos biomarcadores como evidencia convincente de ausencia de vida inteligente en la Tierra”.


        Son tantas las condiciones para que emerja, tantos los peligros que la acechan, que parece un milagro que haya vida sobre la Tierra. Si existieran extraterrestres más allá de nuestro barrio estelar y miraran hacia nosotros (la galaxia más cercana está a más de dos millones de años luz, aunque el planeta más cercano conocido, en Alfa Centauri, está a solo cuatro años luz) es casi imposible que pudiesen detectarnos y menos ver que hay vida en este diminuto planeta de la Vía Láctea, tan lejos estamos de todo. Igualmente milagroso es que la vida persevere. Durante los primeros 500 millones de años la Tierra era magma en ebullición como consecuencia del choque con asteroides o cometas. El peligro no ha desaparecido del todo, la destrucción puede venir del cinturón de asteroides, del de Kuiper o de la nube de Oort. Sin el escudo gravitacional de Júpiter, que a todos los efectos es nuestro hermano mayor, es probable que no hubiera vida completa en nuestro planeta.

         Por otro lado, un cosmos sin nadie que pudiese contemplarlo y mostrar perplejidad ante la magnitud de los 100.000 millones de galaxias incrustadas en el tejido cuadrimensional del espacio tiempo y los 100.000 millones de estrellas en cada una carecería de sentido. Parece natural que de la evolución natural del cosmos surja la vida y de esta una inteligencia que pueda explicarlo. Aunque pensar así no deja de ser una visión antropocéntrica. Es por casualidad que lo vemos tal como ahora se muestra, porque el universo se expande tan veloz que llegará el momento que la distancia entre galaxias será tan grande que una mente que observe no podrá deducir su existencia. A este punto de vista le llama Neil deGrasse Tyson, el autor del libro, la perspectiva cósmica. La magnitud del universo debería relativizar nuestra presencia en esta esquina del cosmos, así como nuestros falsos problemas fundados en creencias y presupuestos que empequeñecen ante el formidable engranaje que puso en marcha el Big Bang, del que apenas sabemos algo del 5 %  del total que supone la material normal, que podemos conocer gracias al sofisticado instrumental de los astrofísicos. El resto, el 27 % de la materia oscura y el 68 % de la energía oscura, se nos escapa, sin contar con que nuestro universo no sea más un velero en un inmenso océano lleno de veleros cuya distancia nos impida saber de su existencia, la hipótesis del multiverso. Aún así el universo conocido no es “una benévola cuna diseñada para cultivar la vida, sino un lugar frío, solitario y peligroso que nos obliga a reconsiderar el valor de cada humano”.

          El libro es breve pero lleno de datos que la mayor parte de la gente desconocemos. Tyson tiene una gran habilidad para explicar los asuntos más complejos y además lo hace con humor. Un ejemplo: “Una sola bocanada capta más moléculas de aire que las bocanadas de aire que hay en la atmósfera de toda la Tierra. Eso quiere decir que algo del aire que acabas de respirar pasó por los pulmones de Napoleón, Beethoven, Lincoln y Billy el Niño”. Otro: “Hay más estrellas en el universo que granos de arena en cualquier playa, más estrellas que los segundos que han pasado desde que se formó la Tierra, más estrellas que las palabras y los sonidos jamás pronunciados por todos los humanos que hayan vivido”. “No solo vivimos en este universo. El universos vive dentro de nosotros”.

No hay comentarios: