Sólo
el paso del tiempo hace que vea la gente la calaña de quienes les
perjudican, de quien les convence de que su pobreza es dignidad y su
humillación bravo combate. Pero entonces, cuando el tiempo ha
pasado, ya no hay remedio, ya cedieron su vida a cambio de nada, ya
están sepultados, y sus hijos lo ven, o están muertos en vida y el
camino que siguen es un empujón hacia las sombras. Uno es
responsable de su vida y no lo es. Puede uno conformarse con poco y
empeñarse y en algún momento decir, estoy satisfecho, y cuando el
gran agujero se abra no reprocharse nada. Por el van cayendo todos, a
lo Jorge Manrique, igualando a los pobres y a los ricos, a los
miserables y a los decentes, pero hay, quizá lo haya, un momento
previo de conciencia donde pueda uno decirse, estoy satisfecho. Esa
es una parte, la otra es la que no controlamos, la del engaño en que
caemos como ilusos, a menudo voluntariamente crédulos, la que
rellena nuestra esperanza del aire de la promesa y nos perjudica y
añade indignidad a nuestra vida perra. Cuando alguien haga la
historia nosotros ya no estaremos, quizá un pulso en la ilusión
desvanecida, una mota de polvo en una manifestación, una fracción
minúscula en una cifra, de todos modos qué más nos da, no existe
la historia, nunca existió, sólo una mirada hacia atrás de quien
puede permitírselo, de quien puede seguir mintiendo con todos los
honores, de quien busca provecho a costa de nuestra credulidad.
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