A
través de alguno de sus personajes, generalmente dedicados a la
edición de libros, el oficio del protagonista, Salter declara dos
cosas sobre el arte de novelar, que las grandes obras no tienen por
que conducir a ningún lado, que cuando las leemos no sabemos
necesariamente adónde nos llevan, si es que nos llevan a algún
sitio, y que los personajes se manifiesta en los diálogos. Y,
efectivamente, Salter hace hablar a sus personajes, y mucho, y, en
general, es a través de la charla como descubrimos su carácter,
aunque tampoco desdeña los breves apuntes psicológicos o los
detalles de status. Y aunque durante buena parte de la lectura
andamos perdidos entre tanta historia y personajes, al final es
imposible no ver que el autor intenta condensar en Bowman la vida de
un hombre, cuya motivación principal es la conquista de las mujeres,
sino el sexo tout court, y
sus consecuencias felices y amargas al mismo tiempo, pero
también la conciencia de vivir y del paso de la vida, su
degradación, la decadencia y la muerte. Con lo que la novela de
Salter viene a ser como las demás, el intento de trazar un sendero
con sentido en el abrupto matorral que aparenta cualquier vida
fragmentada.
Salter
conserva en esta novela el don de la concisión para construir sus
breves relatos. No necesita extenderse para hacernos comprender una
historia o lo esencial de un personaje, aún así peca aquí de un
abuso de la adjetivación, del tipo: “reconfortantes luces
encendidas” y de una especie de embellecimiento de la escritura que
le hace decir: “Sus dientes eran tan blancos como tarjetas de
visita”. O esta otra: “Le había sido concedida (Christine) como
una bendición que probaba la existencia de Dios”. Hay escenas
memorables como un baño en el Pacífico de Bowman y Christine, a
quien acaba de conocer, donde la lucha contra las olas peligrosas es
un trasunto de la pasión que los embarga, o el viaje en tren de dos
personajes secundarios, Dena y Leon, cuyo viaje feliz a California es
en realidad un viaje hacia la muerte o la escena del juicio donde se
nos describe la inesperada traición de Christine o la escena de la
seducción de Anet, la hija de Christine, donde Bowman planea su
venganza. No deja de ser curioso que a la novela, donde el
protagonista se mueve en el terreno de la edición de libros, le
falte, justamente, la edición, es decir, que Todo lo que hay
podría haber sido una gran novela si un buen editor la hubiese
cogido entre sus manos.
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