Varias
cosas contribuyen a que El autor no sea una gran película,
aunque tenía mimbres para serlo. El principal, el guión. Hay
elementos que indican que ahí había tema, la recreación de la vida
de una escalera en este tiempo, la intervención de un escritor en la
vida de personas reales que por necesidades del novelar quiere
convertir en personajes de su obra en marcha, entre ellos el drama de
unos inmigrantes abocados a la desesperación por obra de su amoral
experimento. No sé cómo resuelve Javier Cercas estos asuntos en su
novela, El móvil, porque no la he leído. También, la
selección de actores. Javier Gutiérrez es un gran actor, pero su
apariencia es la de un buen tipo que cuando da el paso de mover los
hilos, mediante escucha, voyeurismo y manipulación, para convertirse
en un agitador amoral, la transformación no se produce, seguimos
viéndolo como un hombre sufriente, a ratos angustiado, pero no al
perverso escritor que se deduce de la trama. Luego está el punto de
vista del director, la frialdad expositiva, al modo de, por ejemplo,
El samurai de Jean-Pierre Melville, con unas gotas de
Hitchcock. Al principio parece que va a conseguirlo, con planos fríos
y algunas escenas cortantes, pero el resultado no llega a
consolidarse.
Hay sin embargo alguna buena noticia como la de Adelfa
Calvo, espléndida cuando aparece, en especial cuando canta y mejora
Se me enamora el alma de La Pantoja. No obstante se agradece
el empeño de Manuel Martín Cuenca en hacer una película fuera de
los caminos trillados, su buen ojo para los escenarios y su
cuidadísima selección de objetos significativos. Hasta José Luis
Perales en los títulos de crédito me ha gustado.
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