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16. Jiva
Jiva,
la primera ciudad de Uzbekistán, es pequeña pero conserva su
arquitectura de barro. Desde el adarve de sus murallas se puede mirar
al interior o si se tercia la puesta de sol. Las casas semihundidas,
en medio de un entorno seco y árido, buscan sombra y confort, los
minaretes son elegantes como jirafas aladas. La cercanía del Amu
Daria le permitió un sistema de irrigación gracias al cual se
convirtió, a partir del siglo XVI, en una importante ciudad de la
ruta de la seda. Volcada al turismo, un reguero de tiendecillas a pie
de calle ofrecen objetos vistosos, coloridos, que atraen la atención
del turista caprichoso que suelta billetes con la delectación de
quien de pronto por la magia del cambio de moneda se ha hecho
millonario. Paseando por el recinto amurallado se pueden ver los
bellos edificios islámicos y los magníficos palacios de principios
del XIX. Una ciudad que, por desgracia, pronto será invadida por los
nuevos tártaros, los turistas chinos, hasta perder el ajado misterio
de los azulejos azul cobalto y turquesa de sus mezquitas, mausoleos y
madrasas. Aunque sin olvidar que la bella Jiva oculta lo que fue la
mayor fuente de su riqueza hasta bien entrado el XIX, el mercado de
esclavos. Ahora es un gran bazar que vive de la atracción de sus
ruinas. Aquí nacieron dos sabios, el matemático al-Juarismi y
al-Biruni.
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