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11. Turkmenistán, una república burocrática
Cinco
horas contadas para pasar la frontera entre Irán y Turkmenistán.
Controles y más controles. Anotaciones, sellos, láser en el iris,
ni una sola sonrisa entre los numerosos burócratas que han de acreditar la bondad de los documentos de entrada. Porteadoras con túnicas largas y tocados
floridos, de elegante porte, cargadas con bolsas negras llenas de
paquetes de polvos de lavadora, esperan con una paciencia infinita, incorporada a sus movimientos. Desde la frontera a Mary, el extenso
desierto de la estepa vacía: algunos núcleos rurales, mujeres
dobladas recogiendo algodón, casitas ocres e iguales camufladas en
el anodino paisaje, casetas de vigilantes y controles policiales en
la carretera. A la llegada a Mary, edificios pomposos de estilo
antiguo, con blanco marmóreo, banderas y vidrio. Muchos de ellos
iluminados y tras los ventanales, el vacío interior. En el centro de
Mary, escenografía de Aida o Nabuco: el parlamento regional, la
biblioteca, la mezquita, los hoteles, el museo de construcción
reciente, con mármol, cristal y ornamentos ostentosos. El hotel con
interiores de satrapía, alfombras, butacones, copia de pinturas
pretenciosas. Debajo del cartón piedra la inconsistencia de lo
fungible, la comida de plástico.
En una pantalla en el hall, a
primera hora de la mañana, el presidente distribuye tareas para los
gobernantes regionales que, centrados, ensimismados y algo
temblorosos, toman nota en sus libretas. Tras lo cual, se trasmite la
visita de Estado de Putin, el gran patrón del país y de las
repúblicas centroasiáticas: la pompa oriental con maneras
ceremoniosas y lentas, arropados, es un decir, por todos los
ministros de una y otra nación, periodistas y cámaras, todos
trajeados, apuntando, de nuevo, en libretas, nerviosos y cabeza
hundida. No puedo, acompañado de algunos empleados del hotel, apartar la vista de un espectáculo que parece sacado del protocolo conservado en alcanfor de algún viejo imperio.
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