Sierras
de piedras rotas, ocres arenas, crestas de roca fragmentada, el
desierto separa a Irán de sus vecinos, Afganistán, Turkmenistán.
Salgo de la república islámica, dejo atrás los diez días del
Muharram, que celebra la muerte de Husáin. El islam se extiende por
el país como un velo opaco con algunos rotos por los que entra la
luz. La gente lo ha aceptado como un accidente natural, como entra un
mes y sale del calendario, no parece necesaria la policía de
costumbres, aunque se manifieste en las mezquitas. Los hombres no
tienen restricciones, las mujeres nacen con su condición subalterna
incorporada, la ley las somete al varón. La población es joven, las
chicas han encontrado el modo de ser elegantes bajo los ropajes y el
velo negro. Destapan el pelo, lo hacen caer hasta el moño, añaden
una viserilla azul, las más atrevidas con velo rojo, lucen luminosas
sonrisas buscando la simpatía del extranjero. Ahora está de moda
arreglarse la nariz y algunos portan un esparadrapo blanco, huella de
la operación. Muchos se acercan curiosos para oír la sonoridad del
idioma desconocido y preguntan sonrientes, te hablan en farsi, aunque acabas adivinando la pregunta porque siempre es la misma, de dónde eres, si eres
musulmán y si te gusta Irán.
domingo, 1 de octubre de 2017
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