Paseando
por el interior de la mezquita en la tarde de la celebración, un
mullah nos invita a pasar a una sala restringida. Sentado en
cuclillas, teatral, con la imponente dignidad que le da su
vestimenta, túnica sin cuello, toga de fino algodón, turbante, nos
pregunta cuál es el motivo de nuestra visita a su país y si
conocemos algo del islam. Nos pide que le hagamos cuantas preguntas
deseemos sobre el tema. Con sencillez, amable, sonriente, va
respondiendo. Intento que nos aclare las diferencias teológicas
entre las dos grandes ramas de la religión, pero lo que nos ofrece
son aspectos periféricos, algún dato histórico pero nada
sustancial, como si su religión no fuese más allá de preceptos y
un orden en la sucesión de los imanes.
Más tarde, en un restaurante popular una familia nos agasaja con una simpatía extraordinaria. Sorprende la amabilidad de esta gente.
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