lunes, 4 de septiembre de 2017

Mongoles



          En la historia, a los mongoles les ha tocado el papel inverso al de los vikingos, quizá no haya otro pueblo con peor fama. Merecida mala fama que, sin embargo, tiene mucho que ver con lo que historiadores enemigos, notablemente persas, dejaron escrito sobre ellos. Los mongoles no fueron los primeros ni los últimos en arrasar ciudades, masacrar a hombres, mujeres, niños y animales domésticos y no dejar piedra sobre piedra, utilizando la violencia selectiva y planificada para someter a poblaciones enteras mediante el terror antes de la capitulación. Por ejemplo, tras la destrucción de Nishapur, en el noreste de Persia, dejaron montones de cadáveres apilados para que se viera qué les pasaría a quienes no se sometieran de buen grado. Tras el saqueo de las ciudades rusas, Kiev entre ellas, el príncipe Vladimir y la familia real, junto a las dignidades eclesiásticas, buscaron refugio en la iglesia de Santa María, pero sus plegarias fueron en vano, los asaltantes prendieron fuego a la iglesia con ellos dentro. En la conquista de Merv y su área, se habló de genocidio, pues exterminaron al 90 % de la población, un millón y medio de muertos. Fue por entonces cuando comenzó a denominárseles tártaros, por el abismo de tormento con que, en la época clásica, se concebía el Tártaro, el lugar donde los malvados eran castigados tras la muerte.


           Sin embargo, tan gran imperio como el que los mongoles gobernaron, quizá el mayor de la historia, entre el Pacífico y el Mediterráneo, entre la península de Corea y el Danubio, no podría haberse mantenido durante dos siglos sin inteligencia y orden. Los mongoles sometieron a las tribus de la estepa euroasiática como paso previo a la conquista de imperios anteriores al suyo, entre ellos el chino y el islámico, a mayor velocidad que la de Alejandro. Cuando las embajadas europeas de misioneros y comerciantes, como la de Marco Polo, llegaron a Karakórum no vieron caos y salvajismo sino una corte refinada, organizada y con legendarias riquezas. Cuidaban en las ciudades recién conquistadas las artes, los oficios y la producción. Se establecieron en la vieja China y refundaron su capital Zongdu que pasó a ser Beijing. Desde sus orígenes, su fundador, Temüjin o Gengis Kan, organizó una eficaz administración basada en la lealtad y la meritocracia: los mandos eran seleccionados por su valía y recompensados generosamente. Disolvieron las tribus de las estepas, erradicaron sus costumbres étnicas diferenciadas y toleraron diversas religiones en su seno, estableciendo un sistema monetario basado en la plata que circulaba por todo el imperio para los pagos y los impuestos, con exenciones muy estudiadas, por ejemplo, para los sacerdotes, dando pie a una prosperidad generalizada. Aprovecharon las preexistentes rutas de la seda, impulsando las relaciones comerciales con un sistema tolerable de impuestos y un régimen fiscal competitivo. El sistema postal, copiado luego, y el de carreteras maravillaban a los visitantes occidentales, así como las medidas adoptadas para proteger a los mercaderes. China, decía el viajero norteafricanodel siglo XIV Ibn Battuta, “es el país más seguro y el mejor para el viajero. Un hombre puede viajar durante nueve meses solo llevando una gran riqueza y sin nada que temer”. 

             El impacto cultural fue igualmente notable en la gastronomía, los ornamentos cortesanos, la moda, como el hennin, el tocado cónico de las damas europeas a imitación de los sombreros de las cortesanas mongolas. Durante los siglos XIII y XIV el mundo asistió a la primera globalización, algunos hablan de pax mongolica para referirse a ese largo periodo. Una estabilidad de la que se benefició Europa, particularmente las ciudades italianas, con Génova y Venecia a la cabeza, y, aunque fue por entonces cuando se perdieron las ciudades cruzadas de Tierra Santa mantenidas durante un siglo, en Europa se asistió a una prosperidad desconocida gracias entre otras cosas al comercio de ida y vuelta con Oriente. 

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