sábado, 12 de agosto de 2017

13. Territorio Knausgård (Bergen)



            He reconocido barrios como Mollenpris, locales como el Café Ópera, las calles ascendentes y húmedas de Bryggen hacia Fløyen, he adivinado o visto interiores, habitaciones, salas de estudio donde hablar y emborracharse y he visto lo que Knausgård omite en sus novelas, la imponente naturaleza. Knausgård tiene sus razones. La literatura cerró ese capítulo. Ya no hay poetas que canten a los exploradores, ni héroes trágicos enfrentados a fuerzas desatadas. Tampoco es tiempo ya de paisajes interiores, de hombres atormentados por la falta de Dios o mujeres desgarradas en busca de libertad. Knausgård prefiere la comedia del yo a la comedia de costumbres (James Wood). Este es el tiempo del aburrido hombre común. Knausgård fija lo poético en el instante pronto olvidado, la impresión anímica después de que los bares hayan cerrado o la chica se haya levantado para ir a trabajar, aquello que la foto no capta bien o el cine solo refleja de forma superficial.

            Han pasado treinta años de la experiencia recordada por Knausgård en su quinto avatar, Tiene que llover, Bergen y el mundo han cambiado. El turismo masivo de los cruceros y la fotografía inmediatamente consumida han matado la canción, cualquier experiencia es simulacro. Vida de plástico. Pronto no quedará un lugar en el mundo que no haya sido hollado por la masa. No es extraño que triunfen las series fantásticas en televisión, el espacio imaginario aún puede seguir siendo explotado.

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