Cuánto
me gustaría que alguien reconstruyese los diálogos que aquel grupo
de colegas, es posible que amigos, de la facultad de políticas de la
Complutense, mantuvieron antes, durante y después del 15-M y que
dieron origen a la nueva política. Supongo que algo se pudo recoger
en las tertulias televisivas del programa La Tuerka, pero me temo que
no con la franqueza de las charlas no grabadas en la cafetería o en
los despachos. Me gustaría oír lo que no podían decir en público
o solo muy entre líneas, para los entendidos, lo que les animó a
saltar al ruedo, más allá de la creencia largo tiempo alimentada, y
que aparece en los textos teóricos de sus maestros neocomunistas
(Rancière, Badiou, Laclau, Negri, Zizek), de la inautenticidad de la
democracia liberal realmente existente, esa farsa política que pende
de los hilos de los poderosos y que no atiende los reales problemas
de la gente. Y qué era lo que no podían decir abiertamente, la idea
neocomunista, tomada del del viejo nazi Carl Scmitt, de que la
política es una guerra entre enemigos y amigos, un conflicto
permanente entre los poderosos y el pueblo: fuera del esquema
antagónico no hay auténtica política sino sólo
“administración pura dentro de un marco institucional estable”
(Laclau). No otra cosa es la política sino guerra a muerte, pues
solo la guerra a muerte, aunque sea una guerra temporalmente
suspendida, da sentido a la acción política y al deseo oculto,
inconsciente, de la gente, “y quizá el más auténtico, el deseo
de muerte, matar y morir, sin el que las revoluciones y las guerras
no serían nada” (J.L. Pardo, Estudios del malestar), y como
no podían decirlo alentaban, alientan, a los que sí lo decían o
incluso utilizaban la violencia en su enfrenamiento directo con el
Estado de Derecho, a quienes veían como aliados y actores, a la
destrucción del Estado liberal, ya fuesen jóvenes ebrios de
violencia, ex etarras o independentistas. Esa idea de la política
como guerra y la creencia de que el 15-M era el acontecimiento
inesperado e imprevisible, consecuencia de la crisis, que pondría en
marcha la galerna destructiva, el acontecimiento tanto tiempo
esperado cuya fuerza controlada y dirigida por ellos haría posible
la toma del poder por el general más sabio, el que detecta el
momento para instaurar una nueva legalidad, un nuevo Derechjo, les
llevó a lanzarse a la arena.
Tiene
que ser frustrante, y me gustaría igualmente poner el oído en las
conversaciones actuales de amigos, los que permanecen tras las
sucesivas espantadas y purgas, ver como pasa el acontecimiento
imprevisto sin que cumpla su promesa, cómo después de que durante
meses pareció posible no sólo tocar los cielos sino alcanzarlos,
ahora el pájaro vuele demasiado alto y no quede otra que sentarse en
el despreciado Parlamento a discutir y en algún caso acordar leyes y
normas, a perder las horas en el aburrido trabajo de comisiones,
debates y compadreo, con los odiados enemigos a los que se creía
ineludiblemente derrotados, porque la democracia televisiva de la que
son consumados actores, fuera del entretenido espectáculo, ya no da
para más. Aunque siempre cabe esperar que la nueva travesía sea más
corta y la próxima crisis más virulenta de modo que el líder pueda
avizorar con tiempo el nuevo acontecimiento imprevisto y estar mejor
preparado para asaltar los cielos. Mientras tanto es un consuelo que
hasta
del bando enemigo vengan los elogios, aunque cabe la sospecha de
que si ahora se hacen es porque se ha visto que los cuernos están
afeitados o que el peligro ha pasado.
Mi
deseo de oír lo que los fundadores del partido no pueden confesar no
lo he podido satisfacer viendo la buena película que Fernando León
de Aranoa dedicó al grupo, Política,
manual de instrucciones, pero algo se intuye en el carácter de
los personajes que protagonizan película y partido, Íñigo Errejón,
imbuido de la trascendente misión de construir hegemonía y pueblo,
Pablo, algo más modesto en el plano teórico, pero infinitamente
ambicioso como conductor que espera ser de ese pueblo o gente
moldeable, Juan Carlos Monedero, frustrado por no haber sabido
aprovechar las condiciones históricas de posibilidad, es decir,
impotente el ver cómo el pájaro vuela y se esfuma el empleo
prometido. Pero es Pablo quien se atreve más, quien aparece como el
soberano fundador que se salta las reglas con violencia más o menos
simbólica (“Asalta el congreso”) para dar origen a una nueva
legislación, de acuerdo con la tradición revolucionaria (“El
cielo no se toma por consenso, se toma por asalto”) y quien decide
quién es el enemigo para poder existir y sobre todo quien detecta el
momento de fortuna, el acontecimiento que hace posible el revolcón
del Estado y sus instituciones.
Pero quién quiere la guerra en nuestras aburguesadas sociedades de clase media. Todo
comenzó como el gran exabrupto que es cualquier rebelión juvenil,
parecía una broma que se fue tornando seria a medida que la Sexta la
acunó en sus brazos, pero que tras varios procesos electorales
vuelve a parecer una broma que se torna seria que se vuelve broma.
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