Esta
tercera temporada de Fargo les ha salido a los guionistas muy oscura.
En las anteriores la nieve iluminaba los escenarios y los crímenes
aparecían a la luz del día como expresiones más o menos poéticas
de esa parte de la humanidad que nos aterra. Esta vez no son nada
luminosos sino que el homicidio inesperado aparece en interiores
lúgubres o en la noche más negra. La nieve ha perdido su blancura
en los parabrisas de los coches o en las huella de las rodadas en los
parkings, a punto de desaparecer como agua sucia. Los personajes de
los condados de Minnesota no son tan simples o sólo aparece su
particularidad en la forma de hablar propia, con lo que aquí no es
tan evidente la agudeza que nace de la forma desprejuiciada de mirar
el mundo. Es aconsejable ver la serie con subtítulos, por tanto. En
cambio, el malvado principal es un malo refinado. Cuenta historias
del siglo XX, historias de guerra, de espías y de sufrimiento,
aunque no se ve claramente adónde quiere ir a parar. Es un malvado
complejo, conoce los mecanismos financieros que rigen el capitalismo
y las trampas para aprovecharse de ellos, también la flaqueza humana
y las formas de destruir a un hombre, pero su cuerpo es una piltrafa,
detrás de su cinismo se ve un dolor que sobrecoge, el que un cuerpo
maltrecho le acarrea. “El problema no es que haya maldad en el
mundo, sino que hay bondad, porque si no a quién le importaría”,
proclama.
Quizá
se tarda en entrar en el ritmo electrizante propio de la serie, de
hacerse con los personajes: Ewan McGregor desdoblado en dos hermanos
gemelos a quienes el destino depara estatus muy diferentes en el
negocio de la vida, Mary Elizabeth Winstead, una delincuente con un
tipazo que quita el hipo, Carrie Coon, la policía local en la
tradición de los policías simples pero agudos de la serie, a un
paso del delirio extraterrestre: tiene la teoría de que no existe
porque los sensores de las puertas no se le abren ni los grifos
automáticos le dan agua, y David Thewlis componiendo el personaje
más difícil y también el más interesante de esta temporada, V.M.
Vargas, a la altura del legendario Al Swearengen de Ian McShane en
Deadwood, pero cuando se entra, quizá en el tercer episodio, se
tiene hambre de sucesos y de que la serie no acabe nunca, aunque ya
sabemos que acaba en el décimo capítulo y que tras esta ya no habrá
más temporadas. Eso sí, podremos volver a verla tantas veces como
queramos, porque esta, creo yo, es una de las series de estos tiempos
que quedarán como obra maestra.
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