Paisaje
pelado, la rala cubierta de líquenes y turbas, apenas algunos arbustos de abedul aquí y allá, en medio
casas sueltas de madera de los Sami, a quienes no se ve. Sólo como
espejismo, en una cabaña restaurante se dejaron ver anoche, entre
alargadas sombras de fuego. Nos ofrecieron sopa de reno. Manchas
blancas de los neveros ¿residuales? en estos comienzos de agosto.
Lagunas, ríos, entradas del fiordo. Los renos, de momento,
invisibles. La lluvia, silenciosa, resbaladiza, ha durado toda la
noche. Ahora la humedad persiste, un abrigo que te va enfriando tanto
como te ciñe.
No
veo lo que quiero ver,
renos,
samis, el halo
dorado
de agosto sobre el Ártico,
obtengo
lo que no deseo,
la
deslucida capa que me desviste y enfría,
coches
solitarios como esculturas,
se
me ofrece
la
hermosa frialdad del fiordo,
las nieblas que lo empañan,
las nieblas que lo empañan,
mas
con un poco de luz
el
paisaje canta,
una
barca que balancea sus colores,
la
casa escarlata del saliente,
la
corteza del abedul que me saluda
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