Otra vez a las seis y media el despertador, el desayuno, los
catalanes, el coche y la pista hasta el refugio de Bujaruelo. Aparcamos dando
la vuelta al coche, con el parasol en el parabrisas. Cruzamos el bonito puente
románico de San Nicolás y remontamos por el barranco de Sandaruelo, pedegroso,
a ratos húmedo, a ratos polvoriento, un rompe piernas que subiremos estos días
dos veces y otras dos bajaremos. Nos desviamos por la lenta ruta que nos ha de
llevar al ibon de Bernatura, buscando la cabecera del barranco de Lapazosa. Lo
cruzamos por una pasarela metálica, que las aguas bravías han destrozado, y ascendemos
dejando a un lado el refugio de la Plana de Sandaruelo. La ascensión, vigilada
por las cimas del Bernatuara y el Crapera se hace dura. Al llegar al collado,
los ojos chispean ante el espectáculo: el lago de montaña de Bernatuara es casi
un círculo perfecto, el color del agua va cambiando cada hora, del esmeralda al
turquesa y al violeta. Una pareja de gironins viene de dormir en el
refugio de Lourdes, tras haber escalado el Midi de Bigorre. Tiene prisa para
llegar a Girona en cuatro horas, lo que nos parece un imposible. Buscamos un
paso hacia el valle del Ara a través del puerto del Cardal y el Crapera, con la intención de hacer la
ruta circular. Enrique va por las cimas como si con él no fuera la gravitación.
Las laderas son de vértigo, renunciamos y recorremos el valle francés del Canau
hasta el refugio de Lourdes. Nos vamos cruzando con grupos de franceses
cansinos. La vuelta se hace pesada, el valle tendiendo hacia arriba. Comemos en
la rivera del ibon, junto a franceses y españoles. La bajada hasta el refugio
de Bujaruelo es larga, mil metros de desnivel, las piernas se quiebran en el
barranco. Nueve horas. En las playas del Ara, junto al puente románico, las
familias con niños retozan. Bullicio. La pista, el coche cada día más sucio, el
brik de naranja, la ducha y la cena. El sueño temprano con las piernas
endurecidas.
domingo, 24 de julio de 2016
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