Eric Weihenmayer |
¿Hasta qué punto estamos seguros de que vemos lo que vemos?
¿Lo que está ahí delante, lo que palpamos, olemos, oímos o vemos es lo que nos
dice nuestra mente o hay un salto tal entre las señales que enviamos al cerebro
y la imagen que forja nuestra mente que es imposible fiarnos y conocer de
verdad la realidad? Es decir, ¿nuestra imagen del mundo es la imagen que nos
devuelve un espejo o es una construcción?
Las neurociencias nos dicen que no hay una diferencia
sustancial entre las alucinaciones y la percepción normal del mundo que nos
envuelve (es más, dicen que siempre estamos alunizando). Las alucinaciones son
visiones no sujetas a nada. La diferencia es que la segunda, la percepción,
está anclada en la realidad, corroborada por entradas externas proporcionadas
por los sentidos. Porque quien ve no son los ojos sino el cerebro. El cerebro
está sumido en una negrura absoluta bajo la bóveda del cráneo, pero la mente
construye la luz gracias a las pequeñas señales que llegan del exterior,
aportadas por pulsos táctiles, auditivos o visuales. Los datos internos que
maneja el cerebro no son generados por los datos sensoriales, sino sólo
modelados por ellos. El cerebro está a oscuras pero la mente construye luz.
Eric Weihenmayer se quedó ciego cuando tenía trece años por
una retinosquisis. Eric es un aficionado a la escalada extrema. En el 2001 fue
el primer ciego en escalar el Everest. También trepa por paredes de roca
agarrándose a cornisas imposibles. ¿Cómo lo hace? Dispone de un aparato llamado
BrainPort que conecta una red de 600 electrodos con su lengua que le permite ver.
La red traduce las imágenes de una cámara de vídeo en pautas de impulsos
eléctricos que llegan al cerebro en forma de distancia, forma, dirección del
movimiento y tamaño. Es decir, Eric ve con la lengua. Ya es posible
introducir en esa red entradas de sónar o de infrarrojos, útiles para los
submarinistas o para los soldados en misión nocturna. La plasticidad del
cerebro es tal que dentro de poco podremos introducirle además de infrarrojos,
señales ultravioleta, datos del clima o de la bolsa que el cerebro aprenderá a
utilizar según nuestros intereses.
El cerebro no funciona como un ordenador o como una cadena
de montaje, sino como un mercado, el proceso no es lineal sino recurrente y
circular, retroalimentándose continuamente. Lo que entra por los ojos no es
sólo cosa del sistema visual sino también del resto del cerebro. El cerebro más
que ver predice, coteja expectativas, reajustándose con los datos que vienen de
fuera. Nuestras expectativas influyen en lo que vemos. Los que padecen el
síndrome de Anton, como secuela de una apoplejía, ven sin ver, tardan en darse
cuenta que lo que perciben no viene de fuera sino que es pura construcción cerebral.
¿Debemos confiar en los sentidos? David Eagleman, autor de Incógnito,
responde con claridad: no.
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