Mi principal
objeción a Modos de ver de John Berger, leído 43 años después de su
publicación, es que no distingue con claridad entre el mercado de los objetos
artísticos, no muy diferente del mercado del grano, de la lana o de los
edificios, y el arte en sí. Si el mercado del arte es uno más de los mercados se
sitúa en el curso de la vida normal reconocible, pero el arte en sí está en
otro nivel, allí donde se encuentra con la poesía o la música. Al estudiar la
historia del arte desde el punto de vista materialista, John Berger impone por
encima de cualquier otra consideración el reflejo en ella de la estructura
social: poder, posición social, valor de mercado, roles sociales. Así la
superioridad del hombre poderoso o la sumisión de la mujer. Por ello, para
validar su tesis, selecciona cuadros medianos, anodinos, típicos (reconoce que
lo hace), no grandes obras donde el arte se sobrepone a la expectativa
dominante. Cuando nos detenemos ante una obra, en un museo o en una expo, no lo
hacemos como ante un escaparate, el deseo de poseer la obra expuesta cede ante
la expectativa de la conmoción estética. ¿En qué se parece un hombre que acude
a un prostíbulo –mercado- a un hombre enamorado –experiencia única? La
experiencia estética como la amorosa es única, intransferible. ¿Qué le importa a
quien vive una experiencia semejante que el señor tal o cual acumule un sinfín
de objetos artísticos o que coleccione amantes? El hombre enamorado o el
conmocionado vive ensimismado por la experiencia amorosa o estética, sólo
cuando esta se diluye o apaga puede volverse envidioso o codicioso.
¿Existe una
ética asociada al arte? se pregunta John Berger. Responde que sí, que, todavía
hoy, la clase dominante pugna por imponer sus valores, pero habría que
distinguir entre la hipocresía de los valores reflejados en los cuadros
mediocres, espejo de la clase dominante y la ética (Nulla aesthetica sine
ethica) de las obras maestras, que lo son entre otras cosas porque ponen
esos valores en cuestión. El arte ofrece un punto de vista despojado o
desinteresado y en los periodos críticos antagónico.
Al ser el
punto de vista de John Berger reduccionista, la vida material subyuga los modos
de representación y la vida colectiva a la individual, hace afirmaciones como
estas, desmentidas por la historia reciente: “En la cultura del capitalismo es
inimaginable ya cualquier otra clase de esperanza, de satisfacción o de
placer”. “El individuo actual vive en la contradicción entre lo que es y lo que
le gustaría ser”. “En sus sueños diurnos, el obrero pasivo se convierte en
consumidor activo”. “Entonces, o cobra consciencia de esa contradicción y de
sus causas, y participa en la lucha política por una democracia integral, lo
cual entraña, entre otras cosas, derribar el capitalismo; o vive sometido
continuamente a una envidia que, unida a su sensación de impotencia, se
disuelve en inacabables ensueños”. Frase rematada con la última imagen del
libro, una obra de Magritte, En el umbral de la libertad, donde un cañón
está listo para disparar sobre el mundo representado en imágenes.
La
capacidad del arte para sobreponerse al mercado, para utilizarlo o para jugar
con él desmontando sus mecanismos encuentra el gran petardazo en la famosa
subasta que de sus propias obras hizo Damian Hirst en la Sotheby’s el 15 de
septiembre de 2008, el mismo día en que caía Lehman Brothers. El mismo día que
el artista daba el pelotazo el capitalismo financiero se hundía.¿Cómo
interpretaría John Berger ese suceso, como la sumisión total del arte a la
lógica del mercado o como una cínica burla de sus procesos?
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