Qué es lo
que hace que una obra sea perdurable. Quizá su capacidad para seguir hablando a
cada lector personalmente. Cada uno, y de forma diferente a los demás, va
topando en la lectura con asuntos que le conciernen, preguntas que no se
atrevía a plantearse, hechos que le golpean de pronto con la contundencia de lo
desconocido, que sin embargo estaban ahí esperándole. Como la vejez. Como la
muerte. Hemos construido una sociedad que, gracias a la tecnología, trata con
la mayor asepsia la enfermedad y sus derivados. Las ocultamos, o escondemos la
cabeza ante ellas. No hacemos que formen parte de la educación de nuestros
hijos. A ello se enfrenta Doris Lessing en esta novela, Diario de la buena
vecina, publicado en Inglaterra en 1983.
Una mujer de
mediana edad, Janna Sommers, editora de una revista para mujeres, se hace amiga
de Maudie Fowler, una anciana de 90 años, cascarrabias de genio vivo que a
pesar de se clara invalidez no deja que le ayuden. Janna tiene en el recuerdo
malas experiencias, la enfermedad de la abuela, las muertes de su madre y de su
marido. Antepuso su trabajo y libertad a su cuidado y ahora de algún modo
necesita aliviar su culpabilidad. Janna topa con Maudie en una farmacia y a
pesar del abismo que les separa, de edad, de medio social, se obliga a
visitarla. Entre ellas nace una amistad que se alimenta de gestos y palabras no
dichas, de una ternura que solo el lenguaje claro de Doris Lessing
acierta a explicar. La visita hasta dos veces al día, toma el te en tazas
mugrientas, se sobrepone al hedor que desprende la casa, la gata, a los olores
de vieja, y que trata de borrar cuando vuelve a su casa con un buen baño. Janna se presenta ante ella con sus trajes clásicos caros y le da cuenta de la vida mundana. Maudie le cuenta su triste vida familiar, el padre tirano, sus hermanas, su
desgraciado matrimonio, su trabajo de sombrerera. Janna cree a medias las
fantasías que crea su desamparo. Janna comprende que al fin
ella siente la misma indefensión que Maudie, la misma soledad, la misma
necesidad de amistad, de habar con alguien.
Juntos a
ellas aparece un grupo de mujeres que en el cambio entre los setenta y los
ochenta del siglo pasado se enfrentan a la vida cada una a su manera. Amigas,
compañeras de trabajo, familiares, cada una con sus cargas, sus temores y
debilidades, como si estuvieran aprendiendo a vivir de un modo autónomo y
responsable, en el que los hombres parecen haber desaparecido o están muy
difuminados. Joyce la muy eficiente directora de la revista, que no sabe si
dejar a su marido, quien ha dejado embarazada a otra mujer, o seguirlo a
Norteamérica. De ella dice Janna, Joyce es la única persona en mi vida con
la que he hablado. Georgie, la hermana de Jannna, absorbida por su marido y
sus cuatro hijos, quien ha tenido a su madre en casa durante diez años, incapaz
de tener una vida propia y también de comprender la vida libre de su hermana.
Phyllis, la secretaria de Lilith, joven y bonita, que ha crecido con el Women’s
lib, que espera que llegue el momento para ocupar el lugar de Joyce en la
revista. Jill, la esbelta sobrina de Janna, no muy buena estudiando, pero lista
para aprender de su tía. Vera Rogers, asistente social, que realiza dos
trabajos prácticamente iguales, el de su hogar y con los ancianos, entregada a
ambos, cansada pero optimista. Y las ancianas, Maudie, Penny, Annie Reeves,
Eliza Bates a quienes tanto cuesta asumir que son viejas, que no pueden valerse
por sí mismas, que necesitan ayuda y que van a morir.
Doris
Lessing utiliza la forma diario para describir este mundo de mujeres, con una
escritura sobria, cercana al habla, a veces descriptiva cuando habla de la moda
y sus cambios a lo largo del siglo, el interior misérrimo y fétido de las
viviendas de las ancianas y de su cuerpo desarticulado, otras analítica
para explicar la sociedad en la que las mujeres están aprendiendo a vivir por
su cuenta, el sistema de asistencia, los hospitales, la burocracia médica, y
también el monólogo interior para darle la voz a Maudie, a la propia Janna o a
otros personajes. Lessing no habla solo de enfermedad, vejez, decadencia y
muerte, también de la vida que se abre en las chicas que salen del huerto
cerrado familiar o se liberan del marido o de quienes, al final de sus vidas,
no acaben de comprender que se les escapa y tienen que decir adiós.
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