En España,
vivimos una coyuntura semejante. Los jóvenes partidos podrían arrebatar el
poder a los viejos partidos clientelares y corruptos o al menos condicionar su
gobierno. Los ciudadanos tienen la ocasión de empujar en esa dirección.
Asistimos a
un cambio generacional: las caras de los partidos se han rejuvenecido, aunque
lo viejo se resiste a desaparecer. En la política, en la empresa, en el
periodismo. Más que el eje izquierda / derecha lo que se enfrenta parece ser
juventud contra senectud. Rivera frente a Rajoy, Carlos Alsina contra Carlos Herrera,
Pablo Isla frente a la saga Botín. No parece que la realidad valide el viejo
adagio que asegura que la sabiduría reside en la vejez. La sabiduría no puede
ser llevada en andas por la corrupción y la incapacidad.
La clase
media española no ha alcanzado la autonomía madura de la danesa, ni la supuesta
edad de oro de la ciudadanía en tiempos de la Pax Augusta, ni la
autoconciencia ilustrada de los conjurados de Filadelfia en 1776, pero está
empezando a parecérseles, a pesar de la crisis o quizá gracias a ella. No
tenemos guionistas, actores y productores tan capaces y chispeantes como los
herederos televisivos de Dogma, pero estamos en camino para dar el salto de Isabel y Carlos a un posible Aznar en Iraq o Artur en Catmelot. Nunca hemos hablado
de política con tanta pasión, y moderación.
Del casposo
J. J. Vázquez, apenas rescatado de las pútridas humedades del franquismo
sociológico por un perfume de baratillo, hasta Iñaqui López y sus ademanes
de ministro baptista algo hemos avanzado, aunque solo sea entretener a hombres
ociosos como solo se hacía con las mujeres hasta ahora. ¡Vivan las cuotas! No es mucho, pero
si la política se convierte en espectáculo cotidiano quiere decir que hemos
superado la larguísima etapa de la herrumbrosa España: gritos, violencia y guerra, una por generación. Sólo quedaría la amenaza de desgarrón en el invertido triángulo del
noreste, aunque todo parece que será un desgarrón chusco, el que va de las musas de las tablas a las avenidas y territorio convertidos en plató de TV3 para representar el más tosco de los sainetes. Hasta el asunto catalán cabe en una mesa camilla.
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