Vivimos en
una sociedad desmilitarizada, civil y laica. Comparado con un hecho de guerra
el incidente de París es nimio. Comparado con un día de la vida cotidiana es
atroz. En todo caso, la solución militar es errónea, como matar mosquitos a
cañonazos. Es un problema que nos trastorna porque no casa con el discurrir de
la vida a que estamos acostumbrados. ¿Cómo es posible que suceda en una sociedad
que ha decidido que no acepta soluciones militares en la resolución de
conflictos? La Europa moderna se ha construido contra la guerra. Sin embargo, los sucesos de París es un hecho que no podemos obviar. Aunque el número de muertos es inferior a
los que produce el tráfico rodado, nos golpea con más fuerza. Y tememos que
cambie de magnitud. Los terroristas podrían conseguir gas letal o un arma de
destrucción masiva. Podrían destruir una ciudad entera.
Deberíamos
ser capaces de ver lo que sucedió en París, no fiarnos de los que hemos creído
ver. ¿Fue un hecho de guerra? ¿Qué sucedió? Ocho terroristas, ¡ocho!, con fusiles de asalto y
bombas pegadas al cuerpo, actuaron en seis lugares diferentes provocando 129
muertos, 89 de ellos en la sala Bataclán. El hecho terrorista más mediático, la
caída de las torres gemelas, acabó con la vida de 3.000 personas. Recientemente
ha habido otros hechos parecidos o más graves que los de París: los 224
fallecidos en el avión ruso que explotó sobre el Sinaí, los 137 muertos en
Sanaá, en Yemen, o el atentado del pasado diez de octubre, en Ankara, que acabó
con la vida de 102 personas. En lo que llevamos de año, unos 750 muertos.
“El primer día de la batalla
del Somme, el primero de julio de 1916, murieron diecinueve mil miembros del ejército
británico y cuarenta mil resultaron heridos. Cuando la batalla terminó en
noviembre, ambos lados habían sufrido más de un millón de bajas, entre las que
se encontraban trescientos mil muertos. Pero esta carnicería inimaginable
apenas cambió el equilibrio político en Europa. Fueron necesarios dos años más
y millones de bajas adicionales para que algo se rompiera”. “Si sumamos a toda
la gente muerta y herida en Europa por ataques terroristas desde 1945
–incluyendo a las víctimas de grupos nacionalistas, religiosos, de izquierda y
de derecha–, todavía son muchas menos víctimas que las que se produjeron en
numerosas batallas poco conocidas de la Primera Guerra Mundial, como la tercera
batalla del Aisne (250 mil bajas) o la décima batalla del Isonzo (225 mil
bajas). (El teatro del terror, Yuval Noah Harari).
El atentado
de París ha creado una descomunal agitación en la opinión pública, y un actual estado
de sitio en Bruselas sin que haya sucedido nada que lo motive. Más que los
sucesos en sí es la agitación mediática lo que incita a una búsqueda desesperada
por encontrar porqués que intenten aminorar la angustia y el miedo de la
población. Los gobiernos están haciendo lo que deben hacer, utilizar la inteligencia:
infiltrar, prevenir, asegurar. Pero también hacen lo que no debieran hacer:
sobreactuar. EE UU sobreactuó en Iraq. Hollande sobreactúa. Piensan que la
gente desconcertada se lo exige. La política inteligente (smart power) actúa sobre el futuro (previene, prepara a la población). Los políticos torpes o provincianos bucean en el
pasado buscando causas, casi todas ellas parciales o engañosas para justificar
su inoperancia o su inacción: nacionalistas xenófobos, defensores de los valores de la
tierra invadida por gente extraña de otro país, cultura o religión; populistas
que ven conspiraciones de los poderosos para someter a los pobres o
desheredados, y cabalgar sobre el miedo para conquistar o mantenerse en el
poder.
Los sucesos
de París tienen, al menos, dos perspectivas, la de las víctimas y la de los verdugos. Para
los ciudadanos de Europa es un hecho que nos llena de confusión y de temor.
Desordena nuestra vida alegre y confiada. Nos ponemos a buscar causas para
entender, en realidad para paliar nuestra angustia. Algunos van más allá y
piden acción. Para los verdugos es una representación y como tal busca el mayor
efecto, un aplauso atronador. Cuanto más se prolongue en el tiempo el eco de
sus matanzas mayor será su éxito.
Vivimos en
una contradicción, atrapados en una paradoja. Nuestra angustia y nuestro miedo
alimentan la creencia del terrorista que cree poder dominarnos. La política más útil, la callada inteligencia, trabaja tras las paredes del escenario pero
deja abierta la inquietud, da alas a los demagogos, a los xenófobos, a los
militaristas y a los pacifistas, todos ellos ansiosos por subir al escenario. La
política inteligente, gritamos, no nos basta.
Debemos ser
rigurosos en la mirada, desechar lo que la perturba. ¿Es posible ver lo que
sucedió en la sala Bataclán? ¿Se podía haber evitado? ¿Estamos de acuerdo en
que los que dispararon o se inmolaron eran terroristas? ¿Estamos de acuerdo en
que queremos que no vuelva a suceder? ¿Cómo impedir que la gente tenga armas?
¿Cómo impedir que hombres armados y con ideas dañinas entren en Europa? Sea
cual sea la pregunta, en Bataclán está la respuesta: miremos con fría
objetividad. Cualquier imagen de la sala Bataclán en nuestros televisores o
periódicos la falsea, interpone filtros, impone prejuicios y creencias. Debemos
mirar de nuevo, ver los hechos como si los miráramos por primera vez. La inteligencia debe
plantarse ante Bataclán y ver lo que sucedió, quién participó, cómo actuaron.
Día
tras día, desde el atardecer hasta el amanecer, Cézanne se sentaba frente a una
montaña o el mar de su Provenza natal y pintaba lo que veía. Pensaba que la
tarea de un artista era llegar “al corazón de lo que está ante nosotros y
expresarlo con toda la lógica posible”.
Es probable
que evitar a medio plazo que se repita un hecho como el de París no esté en
nuestras manos. Hay miles de personas no fichadas que creen tener motivos psicológicos,
religiosos, ideológicos, es decir, causas, porqués, para arrancar la vida de
sus vecinos y sembrar el caos. Es la hora de la callada y meticulosa
inteligencia. ¿Para cuándo una CIA y un FBI europeos? Es la hora de la
planificación: prevenir, asegurar, educar. Por ejemplo, la
inteligencia política tiene que replanificar los barrios enquistados en el corazón
de Europa: Saint-Denis, Molenbeek, el Raval, desdibujarlos, mezclar la
población, deshacer los guetos. Nada se hace de la noche a la
mañana. Tampoco, de momento, el arma de destrucción masiva está al alcance de
los terroristas.
Laboriosamente
Europa ha conseguido rebajar las diferencias chirriantes, guerreras, en sus
países y tribus, entre sus diferentes, ha conseguido que las diferencias
bailen armoniosamente en una misma paleta de miríadas de colores. Ahora nos
enfrentamos, una vez más, a un formidable reto, miles, millones de personas se
sienten atraídos por los destellos del progreso europeo, vienen con un bagaje
distinto del nuestro (religión, familia, sexo). ¿Seremos capaces de que esas
nuevas notas de color, quizá algo sombrías, se unan al baile de nuestra
generosa paleta? Al fin y al cabo son hombres y mujeres como nosotros y la
mayoría ama la vida.
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