viernes, 8 de mayo de 2015

Vida y destino, de Vasily Grossman


            Vida y destino es una novela coral, a la manera de la Trilogía USA de John dos Passos, con distintas voces, con distintas técnicas. Un sinfín de personajes pulula por escenarios diversos alrededor de la guerra, con centro en la batalla de Stalingrado. Algunos son reales como los generales rusos y alemanes que dirigieron los ejércitos en el frente, incluso Hitler y Stalin aparecen brevemente como personajes. Otros son de ficción, algunos colectivos, como el pelotón que defiende la casa 6/1 o la máquina humana (inhumana) que gobierna los campos de prisioneros o los de exterminio. Otros individuos que portan la vida miserable y pasional, la depresión de la derrota y la euforia de la victoria, el silencio que sucede a la batalla y la melancolía posterior a la guerra. Un fresco histórico, bajo la sombra de Guerra y paz de Tolstói, con voluntad de capturar todos los escenarios de una guerra, las batallas, la vida en el frente y en la retaguardia, el carácter de los hombres que la sufren o se entregan a ella con pasión, la miseria y las efusiones de la vida familiar que teme y añora, el heroísmo y la cobardía, el amor en el frente y el desgaste de las relaciones familiares: abandonos, adulterios, muertes, los sistemas políticos que organizan los Estados de ese tiempo, el fascismo, el estalinismo, el GULAG, los lager, el control político, la tortura en la Lubianka, la aparente libertad en medio del estado de guerra, las provocaciones, el terror, las delaciones, el miedo y el arrepentimiento.

            En una novela de 1110 páginas, en la edición de Galaxia Guternberg, caben muchos personajes y muchas acciones. Valery Grossman pinta la época como un gran fresco que se mueve en el tiempo. Los agrupa en familiaridades y ambientes diversos: la familia Sháposhnikov, el laboratorio de física, el campo de batalla, el campo de prisioneros alemán, el campo de trabajo ruso, el sonderkomanndo, la cámara de gas, la prisión de la Lubianka, el cuerpo de tanques, los oficiales de Stalingrado, alemanes y rusos, la casa 6/1 y muchos más, con más de ciento sesenta personajes principales y muchos más de secundarios. Como aglutinante, la familia Sháposhnikov, Aleksandra, la madre, las hermanas Liudmila y Yevguenia, casadas con Shtrum, físico atómico, y Krímov, comisario político, sus hermanos e hijos encarcelados o muertos. La narración discurre de uno a otro grupo, en una ronda que vuelve y vuelve, que retoma la acción múltiple, dispersa, donde se ha dejado, aunque teniendo como faros a Shtrum y a Krímov. Shtrum, el físico que descifra uno de los misterios del mundo subatómico que investigan los laboratorios más importantes del mundo, alter ego del propio Grossman, que fue químico antes que reportero de guerra y escritor, que se enfrentó a problemas similares: la deportación y muerte de la madre judía, la delación de sus compañeros, la humillación de verse obligado a firmar una carta denunciando a dos médicos inocentes como asesinos de Máximo Gorki. Shtrum, que mientras está evacuado en Kazán, asiste a veladas en las que con libertad inusitada se critica el estalinismo. Más tarde, de vuelta a Moscú se arrepentirá de ello y pensará que su caída en desgracia tiene que ver con una delación. Shtrum, que vive atormentado ante el dilema de adaptar su teoría a los principios del materialismo o perder su trabajo en el laboratorio y, cuando sea rehabilitado, entre mantenerse al margen o firmar una carta delatora de la que depende su estatus recién reconquistado. Un tormento que se traslada a su vida íntima cuando se enamora de la mujer de un amigo del laboratorio, María, y siente la traición hacia el amigo y hacia Liudmila, su mujer. Krímov, importante dirigente político, bolchevique de la primera hora, que se convierte en comisario político de batallón, donde intenta que los combatientes mantengan la integridad comunista, amenazando a los oficiales o arengando a los soldados. Que, sin embargo, es detenido y llevado a la Lubianka donde le someten a interrogatorios para que confiese crímenes que no ha cometido. En la celda, que comparte con un cínico menchevique, un intelectual y un chekista no acaba de aceptar que se ponga en duda su inocencia. El chequista, encarcelado como él, le dice que si Tolstói había afirmado que todos los hombres eran inocentes, ellos, los soviéticos, actúan de modo que todos los hombres se consideren culpables.

            Grossman se vale de esas historias no sólo para denunciar los regímenes totalitarios sino para explicar en detalle su funcionamiento, con precisión científica. Nos pone en la piel de un grupo de judíos para detallar el viaje hacia el exterminio: el shtetl, el ghetto, el transporte en tren, el campo: la llegada de los vagones con cientos de personas que eran agrupadas en columnas, la banda de música que les recibía y les acompañaba hasta las duchas, la selección de unos cuantos para trabajos especializado; los detalles de algunos de los judíos que bajaban del vagón, su nombre propio, su físico y personalidad, lo que van pensando, si se integraban en la columna o se despedían de esposa e hijos mientras ellos eran apartados; la cámara de gas, el humo, el hedor, el agua purulenta, la muerte. Grossman lo conoció de primera mano, porque como reportero del Estrella Roja fue uno de los primeros en entrar en Treblinka. Nos hace acompañar a un viejo bolchevique, Mostovskói, uno de los fundadores del partido, prisionero de guerra, hasta un campo alemán, donde disputa con otros prisioneros que le hacen ver la violencia y arbitrariedad del estalinismo y, en un interrogatorio, ante un oficial nazi, se niega a ver las semejanzas de las dos ideologías. Liudmila, la esposa de Shtrum, viaja por el Volga hasta una ciudad donde Tolia, su hijo, está gravemente herido. Asistimos a su desesperación e impotencia cuando, al llegar, le dicen que ya ha muerto. Su hermana, Yevgenia, abandona a su marido, Krímov, por un coronel que está en el frente, Nóvikov, a quien le une una pasión desbordada, pero cuando Krímov es detenido, como un personaje dostoyevskiano, se ve impelida a dejar a su amor para seguir a su antiguo esposo hasta la Lubianka, por compasión. La guerra transforma a los hombres. Grékov, el oficial al mando de la casa 6/1 es brutal, pendenciero, desprecia al comisario político, pero sus soldados le respetan. Cuando llega una bella telegrafista, Katia, vence el deseo de hacerla suya, como es costumbre, al contemplar su enamoramiento de uno de sus hombres, Serioszha, un joven de la familia Sháposhnikov. Grékov es el símbolo del coraje suicida, pero también de la renuncia a la brutalidad por el sentimiento de solidaridad. Toda la novela está llena de esos contrastes.

            Los personajes rusos, también algunos alemanes, en medio de los combates, en el avance o en la retirada, en los campos de prisioneros o en la retaguardia mantienen conversaciones en las que se sorprenden de los osados que son, a sabiendas de los provacateurs y de los delatores que hablan o les incitan a hablar. Pero a pesar de ello se sienten felices por hablar con tanta libertad. Así, la que mantienen en medio de la estepa ucraniana Darenski, un teniente coronel inspector del Estado Mayor, hijo de familia noble que se queja de que el Estado no ha sabio darle la responsabilidad para la que está preparado, con un coronel de regimiento en retirada que a su vez se queja de que él, hijo y nieto de proletarios, ha sido despreciado y preterido. Claman contra la burocracia, contra el régimen, contra sus jefes, aunque siempre hay una voz interior que les avisa que están yendo demasiado lejos. Lo hacen en medio de la árida estepa, esperando el combate que no llega, comidos por los piojos, hambrientos.

            Grossman es grande por la composición tolstoiana, el trajín de personajes en el escenario múltiple, pero es sublime en el detalle, cuando, por ejemplo, en una secuencia de acción maneja distintos hilos, como en una escritura contrapuntística en la que se superpones distintas líneas melódicas, diferentes planos de sentido. Por ejemplo, cuando Shtrum acude a casa de su amigo y compañero de laboratorio, Sokolov, para comunicarle su gran descubrimiento en el campo de la física atómica. En la conversación que ambos mantienen, Shtrum, mientras habla, piensa en la reacción de su amigo, lo que le gusta y lo que no y a veces lo que dice es lo contrario de lo que está pensando. Al mismo tiempo, en su mente queda como una inquietud, la velada que noches atrás habían mantenido allí, en casa de Sokolov, con otros amigos, donde habían hablado más de la cuenta, criticando al régimen estalinista y pensando con temor que el más charlatán y crítico, Madiárov, cuñado de Sokolov quizá fuese un provocateur. Pero el lector sabe que más allá de la conciencia o por debajo de ella hay algo más: Shtrum está inquieto porque esperaba encontrar a María, la esposa de su amigo, para que ella oyera su gran descubrimiento. Shtrum no lo dice ni lo piensa, en el fluir de la narración, pero el lector sabe que está presente. Tras la conversación a la salida, ambos se encuentran y el lector confirma su suposición. Genial.


            Grossman sabía que una novela como esta nunca podría publicarse en el régimen soviético. El ideólogo Suslov dijo que habrían de pasar doscientos o trescientos años antes de eso, sin embargo persistió en su grandiosa construcción. Antes de morir, en 1964, tras la requisa por parte del KGB de todo el material relacionado con ella, creyó que se había perdido, que el mundo no la conocería. Sin embargo se salvó una copia que Sajarov transmitió microfilmada a Occidente, donde se publicó en 1980. La grandeza de esta obra no se mide por el número de sus páginas, por la nómina de sus personajes, por la documentación de primera mano, por la sabiduría técnica, Vida y destino va más allá de los libros de historia o de la información atesorado en los archivos, cuenta aquello que sólo se puede contar en una novela, la vida que subyace a los acontecimientos, el pálpito de la época. Se necesita tiempo y constancia para leerla pero el esfuerzo tiene recompensa.

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