Vida y
destino es una novela coral, a la manera de la Trilogía USA de John dos
Passos, con distintas voces, con distintas técnicas. Un sinfín de personajes
pulula por escenarios diversos alrededor de la guerra, con centro en la batalla
de Stalingrado. Algunos son reales como los generales rusos y alemanes que
dirigieron los ejércitos en el frente, incluso Hitler y Stalin aparecen
brevemente como personajes. Otros son de ficción, algunos colectivos, como el
pelotón que defiende la casa 6/1 o la máquina humana (inhumana) que gobierna
los campos de prisioneros o los de exterminio. Otros individuos que portan la
vida miserable y pasional, la depresión de la derrota y la euforia de la
victoria, el silencio que sucede a la batalla y la melancolía posterior a la
guerra. Un fresco histórico, bajo la sombra de Guerra y paz de Tolstói,
con voluntad de capturar todos los escenarios de una guerra, las batallas, la
vida en el frente y en la retaguardia, el carácter de los hombres que la sufren
o se entregan a ella con pasión, la miseria y las efusiones de la vida familiar
que teme y añora, el heroísmo y la cobardía, el amor en el frente y el desgaste
de las relaciones familiares: abandonos, adulterios, muertes, los sistemas
políticos que organizan los Estados de ese tiempo, el fascismo, el estalinismo,
el GULAG, los lager, el control político, la tortura en la Lubianka, la
aparente libertad en medio del estado de guerra, las provocaciones, el terror,
las delaciones, el miedo y el arrepentimiento.
En una
novela de 1110 páginas, en la edición de Galaxia Guternberg, caben muchos
personajes y muchas acciones. Valery Grossman pinta la época como un gran
fresco que se mueve en el tiempo. Los agrupa en familiaridades y ambientes
diversos: la familia Sháposhnikov, el laboratorio de física, el campo de
batalla, el campo de prisioneros alemán, el campo de trabajo ruso, el
sonderkomanndo, la cámara de gas, la prisión de la Lubianka, el cuerpo de
tanques, los oficiales de Stalingrado, alemanes y rusos, la casa 6/1 y muchos
más, con más de ciento sesenta personajes principales y muchos más de
secundarios. Como aglutinante, la familia Sháposhnikov, Aleksandra, la madre,
las hermanas Liudmila y Yevguenia, casadas con Shtrum, físico atómico, y
Krímov, comisario político, sus hermanos e hijos encarcelados o muertos. La
narración discurre de uno a otro grupo, en una ronda que vuelve y vuelve, que
retoma la acción múltiple, dispersa, donde se ha dejado, aunque teniendo como
faros a Shtrum y a Krímov. Shtrum, el físico que descifra uno de los misterios
del mundo subatómico que investigan los laboratorios más importantes del mundo,
alter ego del propio Grossman, que fue químico antes que reportero de guerra y
escritor, que se enfrentó a problemas similares: la deportación y muerte de la
madre judía, la delación de sus compañeros, la humillación de verse obligado a firmar
una carta denunciando a dos médicos inocentes como asesinos de Máximo Gorki.
Shtrum, que mientras está evacuado en Kazán, asiste a veladas en las que con
libertad inusitada se critica el estalinismo. Más tarde, de vuelta a Moscú se
arrepentirá de ello y pensará que su caída en desgracia tiene que ver con una
delación. Shtrum, que vive atormentado ante el dilema de adaptar su teoría a
los principios del materialismo o perder su trabajo en el laboratorio y, cuando
sea rehabilitado, entre mantenerse al margen o firmar una carta delatora de la
que depende su estatus recién reconquistado. Un tormento que se traslada a su
vida íntima cuando se enamora de la mujer de un amigo del laboratorio, María, y
siente la traición hacia el amigo y hacia Liudmila, su mujer. Krímov,
importante dirigente político, bolchevique de la primera hora, que se convierte
en comisario político de batallón, donde intenta que los combatientes mantengan
la integridad comunista, amenazando a los oficiales o arengando a los soldados.
Que, sin embargo, es detenido y llevado a la Lubianka donde le someten a
interrogatorios para que confiese crímenes que no ha cometido. En la celda, que
comparte con un cínico menchevique, un intelectual y un chekista no acaba de
aceptar que se ponga en duda su inocencia. El chequista, encarcelado como él,
le dice que si Tolstói había afirmado que todos los hombres eran inocentes,
ellos, los soviéticos, actúan de modo que todos los hombres se consideren
culpables.
Grossman se
vale de esas historias no sólo para denunciar los regímenes totalitarios sino
para explicar en detalle su funcionamiento, con precisión científica. Nos pone
en la piel de un grupo de judíos para detallar el viaje hacia el exterminio: el
shtetl, el ghetto, el transporte en tren, el campo: la llegada de los vagones
con cientos de personas que eran agrupadas en columnas, la banda de música que
les recibía y les acompañaba hasta las duchas, la selección de unos cuantos
para trabajos especializado; los detalles de algunos de los judíos que bajaban
del vagón, su nombre propio, su físico y personalidad, lo que van pensando, si se
integraban en la columna o se despedían de esposa e hijos mientras ellos eran
apartados; la cámara de gas, el humo, el hedor, el agua purulenta, la muerte. Grossman
lo conoció de primera mano, porque como reportero del Estrella Roja fue
uno de los primeros en entrar en Treblinka. Nos hace acompañar a un viejo
bolchevique, Mostovskói, uno de los fundadores del partido, prisionero de
guerra, hasta un campo alemán, donde disputa con otros prisioneros que le hacen
ver la violencia y arbitrariedad del estalinismo y, en un interrogatorio, ante
un oficial nazi, se niega a ver las semejanzas de las dos ideologías. Liudmila,
la esposa de Shtrum, viaja por el Volga hasta una ciudad donde Tolia, su hijo,
está gravemente herido. Asistimos a su desesperación e impotencia cuando, al
llegar, le dicen que ya ha muerto. Su hermana, Yevgenia, abandona a su marido,
Krímov, por un coronel que está en el frente, Nóvikov, a quien le une una
pasión desbordada, pero cuando Krímov es detenido, como un personaje
dostoyevskiano, se ve impelida a dejar a su amor para seguir a su antiguo
esposo hasta la Lubianka, por compasión. La guerra transforma a los hombres.
Grékov, el oficial al mando de la casa 6/1 es brutal, pendenciero, desprecia al
comisario político, pero sus soldados le respetan. Cuando llega una bella
telegrafista, Katia, vence el deseo de hacerla suya, como es costumbre, al
contemplar su enamoramiento de uno de sus hombres, Serioszha, un joven de la
familia Sháposhnikov. Grékov es el símbolo del coraje suicida, pero también de
la renuncia a la brutalidad por el sentimiento de solidaridad. Toda la novela
está llena de esos contrastes.
Los
personajes rusos, también algunos alemanes, en medio de los combates, en el
avance o en la retirada, en los campos de prisioneros o en la retaguardia
mantienen conversaciones en las que se sorprenden de los osados que son, a
sabiendas de los provacateurs y de los delatores que hablan o les
incitan a hablar. Pero a pesar de ello se sienten felices por hablar con tanta
libertad. Así, la que mantienen en medio de la estepa ucraniana Darenski, un
teniente coronel inspector del Estado Mayor, hijo de familia noble que se queja
de que el Estado no ha sabio darle la responsabilidad para la que está
preparado, con un coronel de regimiento en retirada que a su vez se queja de
que él, hijo y nieto de proletarios, ha sido despreciado y preterido. Claman
contra la burocracia, contra el régimen, contra sus jefes, aunque siempre hay
una voz interior que les avisa que están yendo demasiado lejos. Lo hacen en
medio de la árida estepa, esperando el combate que no llega, comidos por los
piojos, hambrientos.
Grossman es
grande por la composición tolstoiana, el trajín de personajes en el escenario
múltiple, pero es sublime en el detalle, cuando, por ejemplo, en una secuencia
de acción maneja distintos hilos, como en una escritura contrapuntística en la
que se superpones distintas líneas melódicas, diferentes planos de sentido. Por
ejemplo, cuando Shtrum acude a casa de su amigo y compañero de laboratorio,
Sokolov, para comunicarle su gran descubrimiento en el campo de la física
atómica. En la conversación que ambos mantienen, Shtrum, mientras habla, piensa
en la reacción de su amigo, lo que le gusta y lo que no y a veces lo que dice
es lo contrario de lo que está pensando. Al mismo tiempo, en su mente queda
como una inquietud, la velada que noches atrás habían mantenido allí, en casa
de Sokolov, con otros amigos, donde habían hablado más de la cuenta, criticando
al régimen estalinista y pensando con temor que el más charlatán y crítico,
Madiárov, cuñado de Sokolov quizá fuese un provocateur. Pero el lector
sabe que más allá de la conciencia o por debajo de ella hay algo más: Shtrum
está inquieto porque esperaba encontrar a María, la esposa de su amigo, para
que ella oyera su gran descubrimiento. Shtrum no lo dice ni lo piensa, en el
fluir de la narración, pero el lector sabe que está presente. Tras la
conversación a la salida, ambos se encuentran y el lector confirma su
suposición. Genial.
Grossman
sabía que una novela como esta nunca podría publicarse en el régimen soviético.
El ideólogo Suslov dijo que habrían de pasar doscientos o trescientos años
antes de eso, sin embargo persistió en su grandiosa construcción. Antes de
morir, en 1964, tras la requisa por parte del KGB de todo el material
relacionado con ella, creyó que se había perdido, que el mundo no la conocería.
Sin embargo se salvó una copia que Sajarov transmitió microfilmada a Occidente,
donde se publicó en 1980. La grandeza de esta obra no se mide por el número de
sus páginas, por la nómina de sus personajes, por la documentación de primera
mano, por la sabiduría técnica, Vida y destino va más allá de los libros
de historia o de la información atesorado en los archivos, cuenta aquello que
sólo se puede contar en una novela, la vida que subyace a los acontecimientos,
el pálpito de la época. Se necesita tiempo y constancia para leerla pero el
esfuerzo tiene recompensa.
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