Tanto como
la Tierra nosotros mismos como especie estamos sometidos a un estrés
difícilmente soportable, tanto mayor cuanta más luz se hace en nuestra
conciencia. El estrés de la Tierra lo centran los Delibes, padre e hijo, en
estos cuatro jinetes del Apocalipsis: explotación excesiva, destrucción y
fragmentación de los hábitats, impacto de la invasión de especies exóticas y
extinción en cadena por razones varias. El nuestro se debe a la conciencia de fragilidad.
Llevamos poco sobre la Tierra en tiempo geológico, unos recién llegados como
quien dice. Pero nos hemos abierto paso expulsando de la bañera a buena parte
de quienes competían con nosotros por los recursos escasos: todos los demás
homínidos, mamíferos de gran tamaño y todas esas especies en peligro de
extinción, haciéndonos amos de la Tierra. Poderosos, pero frágiles. Sabemos que
nuestra existencia como especie pende de un hilo. Hemos llegado hasta aquí por
evolución, somos una especie más. La Tierra no ha estado quieta durante sus
cuatro mil quinientos millones de años de existencia, tampoco la vida en sus
tres mil millones. El sistema vida/Tierra ha cambiado varias veces a lo largo
de su historia: géneros, familias, reinos enteros desaparecieron para dar paso
a otros totalmente diferentes. A uno de esos sucesos aluden los Delibes cuando
hace mil quinientos millones de años algas y bacterias anaeróbicas que
acaparaban el carbono y expulsaban el oxígeno del CO2 llevaron al
límite las condiciones de su propia existencia por el exceso de oxígeno liberado,
pero permitiendo con ese cambio el surgimiento de un nuevo mundo para la vida,
las plantas, los animales, el hombre. Cambios como ese han sucedido varias
veces. Creación y destrucción.
En
realidad, cuando lamentamos la extinción de las especies estamos temiendo
nuestra propia extinción, la desaparición de la humanidad. Sin embargo, no
somos tan frágiles pues hemos llegado hasta aquí y estamos reflexionando sobre
todo esto y con ello damos sentido a la Tierra y a la vida, nombrando,
explicando, tomando medidas para su conservación, siendo conscientes de que
pertenecemos a uno de los ciclos de la historia de la vida. Todavía no sabemos
si seremos capaces de romperlo y proseguir nuestra expansión más allá de la
Tierra o estamos condenados a dar paso a uno nuevo.
La cuestión
es si la catástrofe está próxima y si somos culpables. Es así como lo plantean
muchos ecologistas y los Delibes no son ajenos a esa forma caliente de ver las
cosas, aunque Miguel Delibes hijo de vez en cuando trata de enfriarlas. Por
ejemplo, cuando señala parte de los factores que podrían intervenir en el
cambio climático: actividad del sol, cantidad de polvo interestelar,
inclinación del eje de la Tierra y de su posición con respecto al sol, forma de
la órbita terrestre, disposición variable de los continentes, actividad
volcánica, actividad biológica, corrientes marinas, efecto invernadero. Todo
eso y mucho más como para potenciar un factor por encima de los otros. No se
puede negar que hay múltiples indicios de que el clima está cambiando y que eso
tiene evidentes consecuencias: fenología de árboles y pájaros, aumento de la
temperatura, subida del nivel del mar, eventos climáticos extremos,
desaparición de los corales, deshielo del permafrost, desertificación, escasez
de agua dulce para las necesidades de una población en aumento. Pero ¿debemos
culparnos? ¿Todo se debe a nuestra actividad sobre la Tierra? Hay cosas que
hacemos mal y que podemos evitar: contaminación química, expulsión excesiva de
CO2 a la atmósfera. De hecho ponemos en marcha normativas que
intentan solucionar esos problemas como la prohibición del DDT o de los CFC,
que han resuelto el deterioro de la capa de ozono, o el protocolo de Kioto para
la reducción de gases nocivos o el estudio y preservación de las especies en
peligro de extinción. ¿Cuándo la conciencia ecológica ha sido mayor que ahora?
El libro
tiene ya algunos años, del 2005, y padece el mayor defecto de este tipo de
ensayos bienintencionados, como reconoce el propio Delibes hijo, hablar de
oídas. Aporta pocos datos científicos, falta el detalle, salvo algunos pocos
ejemplos, de la investigación y, en el diálogo, prevalece la reflexión ética y
la persuasión por encima de la argumentación estadística. Sin embargo, este y
otros libros son necesarios como aldabonazo en la conciencia, pero sería bueno
separar la ciencia del sentimentalismo naturalista.
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