Una pareja
con dos niños pequeños pasa unos días de vacaciones invernales en los Alpes
franceses. El hombre ha hecho lo posible, cuenta la mujer a una amiga, para
poder dedicar esos días a la familia. Todo, el hotel, las instalaciones, las pistas
de nieve, la ropa deportiva de los niños y los padres, los restaurantes y
cafeterías es muy moderno, límpido, brillante, un poco al estilo Ikea. Nada más
comenzar hay un suceso que marcará los seis días de vacaciones. Mientras la
familia come en un restaurante al aire libre enfrente de las pistas, se produce
una avalancha que al principio parece estar controlada y que la gente contempla
risueña, pero la cosa se pone fea y al final amenaza con llegar hasta la
terraza donde están tomando el sol. Aflora el nerviosismo, la gente recoge sus
cosas y huye como puede cuando es evidente que la avalancha está ahí mismo. Es
lo que hace el padre de la familia que instintivamente recoge su móvil y sale
corriendo dejando atrás a la madre y sus dos hijos. ¿Cómo gestionar un hecho
como ese? Cuándo el polvo de nieve se aclara y se ve que todo ha sido una falsa
alarma, vuelve el hombre. Incómodo, nervioso, no sabe qué decir, tampoco su
mujer. A partir de ese instante se producirán una sucesión de escenas en las
que el hecho irá aflorando de diferentes modos. El hombre quiere olvidarlo, no
hablar de ello, no reconoce en ningún momento su acto de cobardía. La mujer,
por el contrario, quiere hablar de ello y con ocasión de un par de cenas con
amigos, con una copa de más, su lengua encuentra el modo de contar y recontar
el suceso, culpabilizando al marido.
Los actores
son jóvenes, bien pasada la treintena, el decorado es brillante, nieve,
montañas blancas, noches limpias, interiores claros. Frío y resplandeciente
paisaje invernal frente a los oscuros interiores del alma atormentada y
culpable. Hay elementos simbólicos, el sonido de los cañones de nieve, la amenaza
de tormenta, un autobús cuyo conductor pierde el dominio y otros, algunas conversaciones
sobre la libertad dentro del matrimonio, sobre divorcios. La película juega con
lo explícito y lo implícito, la dificultad de hablar de aquello que nos
trastorna y que sin embargo evacuamos por otros medios. La idea es muy buena, aunque
quizá habría que haberle exigido algo más al guionista, Ruben Östlund, que
también es el director de esta película sueca y un final algo más comprometido.
Una de esas películas necesarias porque hurga en aquello que nos atemoriza y
que no queremos o podemos sacar a la luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario