La manera
de hacer frente a una realidad que no nos gusta, que no entendemos o que nos da
miedo no es negándola o dejando de hablar de ella. Hay muchos asuntos de los
que no hablamos públicamente o lo hacemos tangencialmente o entre amigos, en
conversaciones privadas que no comprometen, del desastre de la educación por
ejemplo, de las consecuencias de la demografía a la baja, del envejecimiento de
la población. De estos temas se ocupa la academia, la universidad con sus
cautelas y jergas oscuras, sin que se conviertan en problemas reales para la
población, que prefiere no saber y no preguntar sobre el futuro que le espera a
este país, a ellos en su jubilación y a sus hijos, prefiere que los políticos
no le digan la verdad a pesar de tener a todos ellos por mentirosos. Un caso
paradigmático es el del político socialista griego Papandreu, a quien decirle
al pueblo la verdad le costó su carrera política. Pero es que hay otro tipo de
problemas de los que ni siquiera la academia se ocupa o lo hace muy
sesgadamente y menos en las páginas de opinión y si lo hace, como digo, es para
minimizarlos.
Tal el caso de la inmigración, y más en concreto de la
inmigración musulmana, que por lógica, por contraste entre la explosiva demografía
del norte de África y la menguante de Europa, es imparable e irá a más. ¿Cómo
se puede sostener que una parte creciente de la población, la más joven, con
fuerte creencia en su religión en contraste con el desapego hacia el
catolicismo de la avejentada población indígena no es o no va a ser un problema?
Los intelectuales y periodistas no se atreven a hablar de ello en periódicos y
tertulias por temor a suscitar el desprecio de sus colegas o a que simplemente
les llamen fachas. Quizá sólo a través de la novela, tan susceptible de ser
interpretada en muchas direcciones, pueda plantearse un tema como ese. Es lo que
hace Michel Houellebecq en su libro con gran coraje. El Islam frente a las
sociedades secularizadas europeas supone un reto, una forma alternativa de
organizarlas, una forma diferente de concebir la vida pública, no sólo el papel
que se otorga a la mujer en ellas, la vuelta al patriarcado, la idea de libertad
individual, también las alianzas, la vida internacional. No podemos ser ciegos
a esa realidad cada vez más poderosa. Cómo no pensar que hay ahí un problema. Enfrentarla,
debatirla, en abrir el camino hacia el modo de encontrar soluciones.
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