El uso de
las grandes palabras: Valores, Europa, Occidente, contribuye al éxito de la
operación terrorista de ayer en París. Los periódicos y las tertulias se llenan
la boca de esa opulencia retórica. La violencia extrema en nuestros países es
una rareza, requiere un tipo especial de hombres. A qué viene por tanto
enfatizar la reivindicación islámica de los asesinos. Los grandes titulares dan
credibilidad a esa conexión, les justifica, refuerza su personalidad fanática o
enferma y al mismo tiempo crea en los lectores una opinión sesgada hacia la
explicación irracional. Los medios distorsionan magnificando, generalizando
algo que debe arreglar la policía primero y la justicia después de acuerdo con
la ley. Es obligación de los políticos hacer leyes claras, precisas y justas o
reformar las existentes. Es el Estado de derecho quien debe combatir a los
asesinos. A esos hombres hay que tratarlos como lo que son, delincuentes a los
que hay que poner fuera de la circulación u hombres trastornados que hay que
poner en manos de especialistas. El gran error (y peligro) de los que se erigen
en portavoces de la ira y la venganza es asociar ese tipo de violencia con la
religión. La hemos visto en el terrorista noruego que ocasionó la matanza de la
isla de Utoya, ¿qué tenía que ver con una opción política o religiosa?, o en los
asesinos en serie que de tanto en tanto ganan las primeras de EE UU, ¿acaso
tienen algo que ver con el cristianismo?, también en el fútbol recientemente,
¿hay que suspender las competiciones deportivas? ¿Qué tendrá que ver lo
sucedido ayer en París con la religión islámica? Nada. El peligro reside en
estigmatizar el Islam y a sus fieles. Eso les aparta, les sectariza, les escora
hacia posiciones de resentimiento y ofuscación. El yihadismo, que congrega o
hombres fanáticos y violentos, concuerda muy mal con el Islam milmillonario
extendido por todo el mundo, es un mal musulmán o simplemente no es religioso o
toma la religión como excusa.
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