miércoles, 7 de enero de 2015

Siete


            La fotografía con la que se presentan en público este señor, E.C., ya da una pista sobre cómo quiere que el mundo le vea, sobre su singularidad. Creo haberle visto por Burgos vestido de esa guisa, tal como aparece en la fotografía que acompaña al artículo que le publican en el periódico de hoy, del que no puedo dar el enlace porque la versión catalana no sale en la red: salacot, camisa caqui y guerrera sin mangas, como si viniese de cazar un elefante. Supongo que no vive como contradicción que el Estado Español le haya encumbrado como uno de los tres codirectores de Atapuerca, con un sueldo a la altura de tal gloria, y al tiempo se declare deseoso de que Cataluña rompa amarras con ese Estado. Muchos nacionalistas tienen el pícaro descoque de declararse independentistas y vivir de la subvención estatal. Unas risas. Pero, en fin, lo que me interesa del artículo que hoy publica es cómo arguye a favor de la independencia, lo que da por cierto, sin aportar evidencias, para apoyar esa opción, por ejemplo que en Cataluña son soberanistas los nacionalistas y los que no lo son o que la independencia permitirá crear un Estado nuevo sin corrupción o que los ciudadanos controlarán el poder porque tendrán a los dirigentes al lado de casa. Si las conclusiones que extrae de las piezas que va desenterrando de las cuevas de Atapuerca son del mismo tenor poco durará la credibilidad de esa famosa cantera. No parece que este hombre haya paseado, sin salacot para pasar desapercibido, por las calles de Barcelona y alrededores, para tomarle el pulso, ni se haya enterado de la abrumadora corrupción de la misma clase política que anuncia el amanecer de la independencia y se propone para al día siguiente dirigir la patria, ni haya visto, leído o puesto el oído para estar al tanto de la opacidad de los asuntos. Eso sí el buen hombre toca el son de  “el procès sobiranista”. No existe nada más.

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